Blogia
lasnochesdeMcNulty

Dioses

George Steiner

George Steiner

George Steiner ha supuesto por encima de todo una inspiración, una fuente inagotable de referencias literarias, especialmente, y también de otros ámbitos muy diversos que van desde la filosofía hasta la música; puesto que su erudición no se detiene en el ámbito literario, ya sea como profesor o como crítico, sino que abarca un amplio abanico de disciplinas de aquello que se conoce (conocía) como humanidades, una palabra tan bella como olvidada, tanto en su significado como en su uso.
 
Nació en 1929 en el seno de una familia de la burguesía judía centroeuropea, que tantos otros “dioses” o placeres han proporcionado a este blog (Stefan Zweig, Arthur Koestler, Walter Benjamin, Gershom Scholem, Jean Améry, Hannah Arendt…) y repartió su infancia entre París y Viena, hasta que en 1940 emigraron a Nueva York huyendo del nazismo. Estudió en la Universidad de Chicago en la época en la que sus aulas albergaban a las más brillantes y avanzadas mentes del momento en un ambiente interdisciplinar que permitía a estudiantes de filosofía acudir a clases magistrales de física y a estudiantes de ciencias participar en seminarios de literatura contemporánea, como describió en más de una ocasión con indisimulado entusiasmo Bertrand Russell. En adelante, vivió en EEUU, aunque con estancias en Londres y Ginebra, además de numerosos viajes por universidades de todo el mundo.
 
Los libros que he leído de Steiner son interesantísimos, densos en ocasiones, pero siempre evocadores e inteligentes. “La poesía del pensamiento. Del helenismo a Celan” es un brillante ensayo sobre la íntima relación entre la filosofía y el lenguaje, a los que el autor ama reverencialmente. Analiza el lenguaje de los grandes filósofos y concluye que éstos han sido también grandes escritores, ya que consiguen hallar las palabras idóneas para expresar sus pensamientos. Mantiene que incluso los más abstrusos como Hegel o Wittgenstein han sido maestros en el uso del lenguaje. Además, no únicamente se ocupa de filósofos, sino que también analiza a aquellos escritores cuyas obras están trufadas de referencias filosóficas como Borges.
 
En “Tolstói o Dostoievski” trata de hacer un repaso a la literatura confrontando dos grandes tradiciones literarias: la épica y la trágica. A partir de la obra de los dos genios rusos, de sus distintas visiones del mundo, de la religión, de la política…engloba a otros autores en una u otra tradición, desde Homero hasta los herederos de los dos grandes representantes del realismo ruso del siglo XIX. Todo ello argumentado de forma sólida y comparando las obras y el estilo de unos con otros, donde demuestra su admirable erudición y su aguda inteligencia.
 
“Errata” es posiblemente su obra más personal, ya que sin llegar a tratarse de una autobiografía sí que habla de las motivaciones que han sacudido y dirigido su vida, desde la educación clásica recibida por parte de sus padres, en la que la música formaba una parte capital y la memorización una exigencia ineludible, y su envidiable condición de persona trilingüe (alemán, francés e inglés), hasta los profesores o incluso alumnos (cita a cuatro explícitamente) que han marcado su trayectoria intelectual. Aquí vuelve a declarar su amor absoluto por el lenguaje, a la importancia de cuidarlo (más en estos tiempos en los que se pisotea por doquier con la proliferación de soportes tan excitantes como poco exigentes, ya que el libro es muy reciente) y a la belleza en su vertiente estrictamente literaria, así como inmejorable herramienta del conocimiento y el progreso.
 
Por último, recomendaré una recopilación de artículos suyos publicados en la revista The New Yorker con la que colaboró durante décadas: “George Steiner en The New Yorker”. En este libro exhibe todo su ecléctico saber abordando con estilo periodístico una gran variedad de temas enfocados al gran público: la literatura del gulag; la historia del ajedrez; la influyente figura de George Orwell; la curiosa historia de Anthony Blunt, el historiador británico experto en arte que se reveló como espía soviético; y otros muchos e interesantes artículos llenos de referencias de las que poder beber, disfrutar y aprender.

Mumford & sons

Mumford & sons

Absolutamente maravilloso grupo de folk-rock británico que descubrí hace apenas una semana, a pesar de llevar varios años de carrera. Mi escasa cultura musical y el nulo seguimiento que hago a las novedades que van surgiendo me han ocasionado un retraso de al menos tres años en el disfrute de estos músicos geniales. Desde The Killers no me había fascinado tanto un grupo. De hecho, hay algunas canciones del grupo de Brandon Flowers que no me encantan; sin embargo, de Mumford and sons me lo escucho extático todo. 

Las letras de sus canciones no son simplonas ni melifluas, todo lo contrario. Las melodías son deliciosas, con un ritmo ligeramente cambiante a lo largo de cada canción, pero siempre contenidas y acunadas en esa voz ligeramente grave del cantante. Y en todas ellas se puede apreciar el toque folk tan chulo que le da el banjo. Además, para acabar de enamorarse de Mumford & sons, el líder del grupo, Marcus Mumford, tiene un aire a Stephen Fry (otro dios británico). 

Su último álbum es Babel. Sin palabras. Lágrimas de emoción. Aplausos de admiración. Deleite puro. ¡Escuchadlo! 

Walter White

Walter White

El viaje del protagonista de Breaking Bad a lo largo de las cinco temporadas que dura la serie (aún falta por estrenar la segunda parte de la quinta y última) es absolutamente genial: del Walter White cincuentón, pringado y fracasado que ha desaprovechado su vida y su talento lastimosamente al monstruo de Heisenberg, guiado únicamente por su vanidad desde que se desata la vorágine de acontecimientos que suceden a su decisión de fabricar y traficar con metanfetamina. 

Porque la transformación de W.W. no requiere de un juicio ético, de hasta dónde está dispuesta a llegar una persona por sus seres queridos, de establecer unos límites de confort moral sobre los que justificar determinadas acciones ¡no! Se trata de pura y simple vanidad, del extraoridinario orgullo personal de saberse el mejor en algo, aunque ese algo sea una droga que crea adicción, que mata, que causa innumerables delitos y desgracias personales. Pero da igual, porque Walter es el mejor "cocinero" de meta, y lo sabe. Y, además, quiere que así se lo reconozcan, como en la escena de la quinta temporada en la que en medio del desierto exige a un capo de la droga que le diga cuál es su nombre.

Hay un segundo factor que mueve a Walter, íntimamente relacionado con la vanidad en su caso: el poder. Al principio cocina meta para conseguir el dinero suficiente para dejar a su familia en la muy probable circunstancia de que muera del cáncer de pulmón que le han diagnosticado. Sin embargo, una vez conseguido ese dinero y muchísimo más, no puede, al principio, ni quiere, después, dejarlo. Es tan excitante sentirse el amo del negocio, decidir a quién vender el producto, cómo hacerlo...y, sobre todo, sentir y exhibir ese poder que a ver quién es el guapo que renuncia a esa adictiva droga que es la vanidad. Walter se convierte en un artero y experto manipulador. La relación con su mujer se va al traste precisamente por eso, no por una cuestión moral, ya que Skyler es una gran surfera de la doble moral debajo de esa carita de ama de casa anodina. Al respecto, hay varias escenas sublimes entre ambos en las que los diálogos son de una crudeza y una hiperrealidad que quitan el hipo. De hecho, es la serie con el guión más intenso y deletéreo que he visto jamás. A una diferencia abismal de cualquier otra. Tras cada uno de los capítulos de Breaking Bad te quedas sin aliento, con hiel en la boca, con la cara estupefacta de admiración por lo que acabas de ver y escuchar. Insisto una vez más: la dureza de sus diálogos es de una violencia sobrecogedora. Y no sólo el texto, las miradas son turbadoras: de desprecio y odio absolutos. 

En definitiva, Walter White, Heisenberg, W.W. y todas sus contradictorias versiones intermedias forman un caleidoscopio de maldad tan sugerente y a la vez tan cercano, que resulta imposible no empatizar con el personaje y hasta envidiarlo. 

Del resto de personajes de la serie sólo diré que están a la altura del magistral Bryan Cranston. Además, tiene una breve aparición el actor Steven Bauer, que en su día encarnó al compañero ligón e imbécil de Tony Montana en "Scarface". Y yo siempre estaré del lado de aquellos que recuperan actores del olvido ¿o era de las drogas? como ocurrió en su día con Harvey Keitel.

Lev Tolstói (y sus curiosos diarios)

Lev Tolstói (y sus curiosos diarios)

Lev Tolstói, considerado uno de los escritores más importantes de la literatura universal, escribió un diario a lo largo de su vida del que Acantilado ha publicado una selección estructurada en dos volúmenes: Diarios (1847 - 1894) y Diarios (1895 - 1910). ¿Qué impresión he obtenido tras leerlo? Una profunda y grata sorpresa. 

Lo escribió desde los 19 años hasta el final de sus días con algunas interrupciones, nunca muy prolongadas. De tal modo que puede apreciarse perfectamente su evolución y la de sus pensamientos. 

Lo más significativo es lo desmitificador que resulta leer sus diarios. Se muestra como un hombre lleno de contradicciones, debilidades y pequeñas miserias. Vamos, como cualquier otro hombre. Pero, claro, en este caso se trata del gran moralista Lev Tolstói, del referente de millones de contemporáneos, de la figura indiscutida del realismo literario, del adalid de la no violencia, del escritor de Guerra y Paz o Ana Karenina, del defensor de las clases oprimidas, del conde que trabajaba y vivía con sus trabajadores en su finca de Yásnaia Poliana, del cristiano crítico con las autoridades eclesiásticas, del ferviente naturalista, de una de las personas más influyentes de su época...En definitiva, uno de los grandes de la Historia, que, sin embargo, no duda en permitir la publicación de sus diarios personales, donde la imagen que ofrece de sí mismo dista mucho de la idealizada santidad que proyectaban sus innumerables seguidores. 

Por esta enorme muestra de humildad y valentía y por su profundo conocimiento de la condición humana me han impresionado tantísimo sus diarios. 

Porque evidenciar la lúbrica promiscuidad de su juventud y la lucha perdida contra la sexualidad culpable de su madurez, la inevitable ludopatía de todo insigne escritor ruso que se precie, la relación de amor - odio con su codiciosa mujer, sus luchas internas por llevar una vida coherente que predicase con sus ideas o la turbulenta relación con sus numerosos hijos es tanto como poner del revés la intimidad oreándola ante el juicio implacable del resto de mortales. Aunque poco le importaba la opinión del resto, creo yo, a Tolstói. Su único desvelo era su propio juicio. Como debe ser. Como es. Y como, desgraciadamente, pocas veces es. 

Stefan Zweig

Stefan Zweig

 

Hace años leí un libro de Stefan Zweig sobre Brasil. De hecho, sólo hablaba de tres o cuatro lugares del inmenso país suramericano, los que había visitado. Seguramente se trate de su libro menos representativo. No obstante, sus descripciones eran excelentes: precisas, sin artificios, elegantes.

No volví a leer nada suyo hasta hace bien poco. Tras una buena recomendación, me compré “El mundo de ayer”, un fantástico repaso del autor a los tiempos que le tocó vivir: desde finales del siglo XIX a 1940.

Dos cosas me impresionan de Zweig. La primera tiene que ver con su biografía. Nació en una familia burguesa judía de Viena, que le permitió llevar una vida acomodada y dedicarse al arte desde muy jovencito, fundamentalmente a la literatura (como exitoso escritor) y a la música (como diletante aficionado). Su vocación viajera y su mente abierta le convirtieron en un europeísta convencido, rara avis en su época. Sus intereses y su talento le permitieron trabar amistad con infinidad de personajes célebres de la época: Sigmund Freud, Walter Rathenau, Richard Strauss, Rainer M. Rilke, H. G. Wells, Bernard Shaw, Paul Valéry, Theodor Herzl; y conocer a un sinfín de artistas de diferentes nacionalidades como James Joyce, Salvador Dalí o André Gide. Con semejante compañía parece imposible no crecer intelectualmente. Y ¡por Dios! que lo consiguió Stefan Zweig.

La segunda cualidad que admiro de él es su extraordinaria elegancia. No sólo su escritura es elegante: cuidadosa con las formas, contenida en el mensaje, humildemente culta. Su propia vida, que transcurre a lo largo de “El mundo de ayer”, es igualmente de una elegancia y una educación exquisitas. Todo en sus narraciones rezuma mesura, respeto, honestidad. Leerle es una delicia, un placer reposado y sobrio.

Fue un magnífico biógrafo. “Momentos estelares de la humanidad” es un buen ejemplo de ello. Combina relatos históricos de Cicerón o de la caída de Constantinopla con otros en los que describe aquellos momentos de máxima inspiración en los que Goethe o Haëndel crearon sus obras más famosas. Y lo hace con una verosimilitud y un detalle emocionantes.

Lástima que decidiese suicidarse junto a su mujer en 1942 hastiado de su condición de errante apátrida y por el desasosiego que le causó ver a su amada Europa desangrarse a causa del nazismo. Si hubiera esperado un poco, ni siquiera un año, habría podido percibir que la Segunda Guerra Mundial tomaba otro rumbo, el de la derrota de la locura totalitaria y genocida y el alumbramiento de la Europa de la Sociedad de Naciones de Schuman y Briand, que tan fervientemente había defendido desde su atalaya de respetado intelectual años atrás. 

Hay una foto tomada por la policía brasileña en Petrópolis en la que se ve a Stefan Zweig y a su esposa tumbados sobre la cama, abrazados e inertes, que sobrecoge. Supone la derrota de un espíritu libre, que se vio abocado al abismo tras poseerlo todo, y que no pudo soportar más el mundo en el que vivía, al que había dedicado denodados esfuerzos para convertirlo en un lugar mejor, pero que se le mostraba entonces enloquecido y fanatizado. Vivió deseando y preconizando un entendimiento entre todas las naciones, especialmente, las europeas. Y murió desesperado y alejado de todo aquello en lo que había creído y por lo que había luchado. ¿Cuántos Stefan Zweig? ¿Cuántos Walter Benjamin se han perdido por el camino? Sólo con estos célebres nombres, con sus caras y con el legado de sus obras somos capaces de estremecernos ante la enorme pérdida de talento que la barbarie ha causado a lo largo de la historia. 

 

Don Draper

Don Draper

El personaje interpretado por John Hamm en la magnífica serie de televisión Mad Men merece entrar en este particular Olimpo de Dioses reales o de ficción. Aunque el mérito no es solo de él, sino también de la serie que protagoniza de forma indiscutible. Mad Men completa, junto a Los Soprano (oro) y The Wire (plata), el podio de las mejores series de televisión que he visto. 

Volviendo al personaje de Don, ¿o sería mejor llamarle Dick?, no entraré en las obviedades sobre su atractivo, tanto profesional como personal. Sí me centraré, no obstante, en sus debilidades y dobleces, que se van manifestando poco a poco: desde un pasado nada glorioso a un presente siempre a punto de desmoronarse. Conforme avanza la serie, Don va lidiando con todo ello y, poco a poco, superándolo. Su imagen de triunfador absoluto de cara afuera contrasta con sus miserias interiores. Esa dualidad lo hace todavía más atractivo. ¿A quién no le gustaría disfrutar de la fama de Don Draper? El mejor publicista, el hombre más deseado por todas las mujeres, el que se lo juega todo a una carta y siempre gana...Pero, además, ¿quién no se identifica con Don Draper? Ese hombre que reniega de su pasado, que intenta ocultar sus miserias y horrores anteriores reinventándose, alumbrando una nueva persona. Tengo la absoluta certeza de que esta vertiente vergonzante del personaje seduce tanto o más que la del triunfador irresistible. El mensaje que nos trasmite Donald Draper es en última instancia el viejo tópico del cine y la moral norteamericanas: el hombre hecho a sí mismo, el "tú también puedes triunfar, si quieres". Un adagio muy difícil de rechazar, incluso para el mayor de los pesimistas. 

Las cuatro temporadas exhibidas hasta la fecha (el próximo 25 de marzo se estrena la quinta temporada en EEUU) nos muestran la evolución de Don y del resto de personajes que le rodean de forma pausada y sin estridencias. Los giros que se van sucediendo están bien trabajados, no son inverosímiles. Aunque se producen acontecimientos inesperados, son perfectamente creíbles (excepto un rocambolesco hecho en el último capítulo de la cuarta temporada) en función de cómo van cambiando los roles y las relaciones entre los diferentes personajes. 

Un aspecto que me sorprende del extraordinario éxito de Mad Men es lo machista que resulta la serie. Me refiero a que me sorprende que no haya tenido que pagar un precio por mostrar a las mujeres como meros objetos sexuales cuyo único deseo es cazar a un buen partido para pasarse el resto de la vida como aburguesadas amas de casa. Evidentemente, el planteamiento no es tan simplista como acabo de describir, pero el trasfondo sí que es claramente machista. 

Otro ingrediente genial es el alcohol. Se pasan el día entero bebiendo. En casa, en bares y, sobre todo, en el trabajo. Siempre he creído que deberían dejar beber en las oficinas, incluso incentivarlo. Si para nuestras relaciones sociales, en las que necesitamos de todas nuestras cualidades para conquistar a un amigo o a una mujer, acostumbramos a emplear la bebida como arma desinhibidora y potenciadora de muchas de esas cualidades, ¿por qué no usar el alcohol también en el trabajo, en donde apenas precisamos de tres o cuatro de esas cualidades para desarrollarlo diligentemente? Ahí lo dejo, por si algún lúcido empresario o directivo quiere apropiarse de mi idea y motivar a sus empleados con el fin de obtener lo mejor de ellos. Como escuché una vez de boca de Fernando Fernán Gómez: "siempre que bebo whisky me encuentro mejor, más feliz, que cuando no lo bebo".

Y un último apunte sobre la serie: el papel de Joanne Holloway, encarnado por la actriz Christina Hendricks, es maravilloso. No solo representa la voluptuosidad y carnalidad de las famosas pin-ups de la época, sino que lleva la tensión sexual hasta el límite justo, sin llegar a cruzar nunca la frontera de la vulgaridad. Quien haya visto a Christina Hendricks en Drive, la sobrevalorada película de Nicolas Winding, difícilmente podrá imaginarse el personaje de Joannie, porque sale espantosa, pero quien haya visto Mad Men sabrá de lo que hablo.

José Luis Cuerda

José Luis Cuerda

Este albaceteño sesentón y gordinflón es un tipo realmente interesante. Su faceta cinematográfica es bien conocida y reconocida gracias a sus trabajos como director, guionista y productor. No es uno de los grandes del cine español, ni tampoco creo que lo merezca bajo una mirada objetiva. Pero es que este señor socarrón me cae tan bien, que para mí sí es uno de los grandes. Fundamentalmente por su sentido del humor: original, surrealista, rural, castizo. Además, creo que es representativo de toda una generación de españoles: aquellos que tienen ahora entre 60 y 80 años.

Empezó a estudiar la carrera de Derecho, pero no la acabó. Trabajó en TVE durante años y, poco a poco, fue introduciéndose en el mundo del cine. Su primera película exitosa fue “El bosque animado”. Un año después, en 1988, estrenó “Amanece, que no es poco”, una hilarante comedia costumbrista que he visto casi una decena de veces y que siempre, siempre, siempre me provoca unas enormes carcajadas. Es tan original, tan divertida y tan surrealista que es imposible de explicar en pocas líneas. Así que no voy a intentarlo, me limitaré a aplaudirla.

Ese “surrealismo mágico”, como bautizaron el estilo de ambas películas, no impregna toda su filmografía. Cambia de registro en “La educación de las hadas” o “La lengua de las mariposas”, por ejemplo. Sin embargo, su mano se nota en todas ellas, aunque de forma más sutil.

Su faceta como productor es también importante. De hecho, es el descubridor de Alejandro Amenábar, al que permitió rodar el largometraje “Tesis” tras ver el cortometraje del por entonces novatillo Amenábar. Posteriormente, produjo “Abre los ojos” y “Los otros”.

Pero, como he dicho al principio, lo más significativo de José Luis Cuerda es su sentido del humor. En una larga entrevista en televisión contó cómo su madre le dijo una noche: “Hijo, ves a buscar a padre, que me estoy muriendo”. Su padre era jugador de póquer. No un jugador ocasional o vicioso, no. Se dedicaba a ello. Vamos, que era la forma de ganarse la vida del padre. Era su “trabajo”. El joven Cuerda fue a buscar a su padre a la timba y, al volver, su madre ya había muerto. Explicó esta historia de una forma magistral. Sin dramatismos, sin cursilerías lacrimógenas, y, a la vez, con contención, con respeto y con ternura. Fue capaz de explicar uno de los episodios más tristes de su vida con absoluta sobriedad, mostrando a su madre digna, fuerte y sosegada en el lecho de muerte. Gracias a ese magnífico barniz de humor negro rindió homenaje a su madre como pocas veces he visto. Fue conmovedor escucharlo.

El “trabajo” de su padre le permitió tener épocas de abundancia, siendo uno de los pocos estudiantes universitarios de Madrid con coche, y otras de carestía, cuando el padre pasaba por una mala racha. Estas circunstancias las contó, de igual modo, con total naturalidad, constatando que se puede vivir perfectamente de una forma u otra sin mayores problemas. Supongo que todo ello ayudó a moldear su forma de entender la vida con ese curioso e inteligente sentido del humor.

En definitiva, un grande a mis ojos, no como el endiosado manchego universal. 

Arthur Koestler

Arthur Koestler

Escritor de origen húngaro, nacido en Budapest en 1905, y nacionalizado inglés tras múltiples peripecias, que detallaré a continuación. Falleció en Londres en 1983. 

Me topo por primera vez con Koestler leyendo una recopilación de artículos de George Steiner para el New Yorker, en el que describe a un personaje controvertido y brillante. Vuelve a aparecer citado en un libro de Bertrand Russell, si mal no recuerdo, y en algún artículo de prensa. Fundamentalmente por su libro "El cero y el infinito" (traducción literal de la edición francesa del original título en inglés "Darkness at noon"). Al comprar este libro me llevo la grata sorpresa de que se acaban de publicar sus memorias en español, que también adquiero, más por compulsión que por haber leído referencia alguna al respecto. Leo primero "El cero y el infinito", escrito entre 1938 y 1940 después de haber abandonado el Partido Comunista. Se trata de una novela sobre un alto cargo del Komintern caído, como tantos otros, en desgracia en una de las sucesivas purgas del terror de Stalin y el proceso mediante el cual sucumbe a la dialéctica marxista para autoinculparse y firmar su sentencia de muerte. A pesar de ser una historia de ficción, describe perfectamente el oscuro y complejo acontecer de esos terribles años bajo el yugo estalinista en la Unión Soviética. Un buen libro, sin duda.

Pero la gran sorpresa llega con sus "Memorias". Es, sin lugar a dudas, el libro más interesante que he leído. No el mejor, pero sí el más fascinante y apasionante de cuantos he leído. Todavía estoy bajo los efectos embriagadores de su lectura. Lo acabé anoche a las dos y media de la madrugada. Me quedé tumbado en la hamaca de la terraza y hasta transcurrido un buen rato no noté el atronador "chumba-chumba" de las Fiestas de Gracia. En realidad, durante todo el libro suena una imperceptible banda sonora con predominio de instrumentos de percusión que te envuelven en una atmósfera de euforia y pasión.

Es un libro autobiográfico, sí. Pero también es un libro histórico, político, sociológico, psicológico...y de aventuras. La primera mitad del siglo XX está contenida en la vida de Arthur Koestler. Escribió sus memorias con apenas 47 años, entre 1952 y 1954, pero es que había vivido tanto que tenía material suficiente para las casi mil páginas que conforman este maravilloso libro. Vivió la Primera Guerra Mundial como niño de la burguesía culta centroeuropea, la Comuna húngara de 1919, el exilio a la libertina Viena de los años 20, tres años en el protectorado británico de Palestina ayudando a la causa sionista, vuelta a la República de Weimar y su caída en las fauces de Hitler, viaje de un año (1933-1934) en la Rusia soviética abrazando a la causa comunista, miembro de la propaganda del Frente Popular en el París prebélico, encarcelamiento en las cárceles de Franco por espía comunista durante la Guerra Civil española, internamiento en un campo de concentración tras la caída de Francia ante los nazis en 1940, escapada y huída a Inglaterra para vivir los incesantes bombardeos de Londres, vuelta a la Tierra Prometida cuando por fin se declara el estado de Israel (1948), viaje por EEUU y, finalmente, retiro voluntario en Inglaterra donde llevó una vida mucho más pausada desde la década de los cincuenta hasta su muerte en 1983. De hecho, se suicidó junto a su esposa. A los 78 años padecía cáncer y parkinson, por lo que sus facultades físicas e intelectuales estaban gravemente mermadas. Así pues, decidió poner fin a su vida de forma consciente y premeditada. 

Además, todo estos acontecimientos los vivió en primera persona, teniendo un papel relevante en casi todos ellos. Su formación era técnica, ya que estudió Ciencias en la Politécnica de Viena. Sin embargo, no llegó a licenciarse, ya que a un semestre de obtener su titulación lo dejó todo para partir hacia Palestina y participar en la utopía judía. Allí las pasó canutas desempeñando los trabajos más variopintos, incluido el de periodista, al que consagró muchos de sus años. Gracias a ello entrevistó al rey Faisal y a otros muchos líderes árabes. Como curiosidad, fue el primero en publicar una especie de crucigramas en un periódico de Tel Aviv. Hay que tener en cuenta el gran mérito de esta tarea, puesto que el hebreo era un idioma arcaico (hacía 2.500 años que apenas se usaba. En época de Jesucristo se hablaba arameo) despojado de vocales, por lo que plantear un crucigrama debió ser realmente peliagudo.

Su labor como periodista le permitió conocer a celebridades como Thomas Mann, Sigmund Freud y otros. Su vertiente intelectual y de militancia comunista también le abrió las puertas de la intelectualidad socialista centroueropea. Poco a poco, tras su vuelta a Europa después de sus años en Oriente Próximo, fue escalando en la profesión periodística hasta dirigir las publicaciones científicas del emporio Ullstein, la mayor empresa de comunicación centroeuropea de los años veinte y primeros treinta. Hasta que se afilió al Partido Comunista y fue echado de su prominente posición. Debemos tener en cuenta el contexto: transcurría el año 1931 y el partido nazi avanzaba en la política y, sobre todo, sociedad alemanas a pasos agigantados. Por lo que su condición de judío, primero, y la de comunista, después, le abocaban al despido o, incluso, a algo mucho peor. 

Su adhesión al Partido Comunista fue como respuesta a la escalada totalitaria que se desató en Europa en aquellos años. Según él, era la única respuesta posible a los fascismos emergentes. En su descargo, cabe decir que por entonces aún se desconocían los terrores estalinistas. De nuevo, bendecido por su condición periodística, consigue ser invitado a la Unión Soviética para conocerla y escribir sobre los grandes logros del segundo plan quinquenal. El año que emplea en viajar desde Ucrania hasta Asia Central, recorriendo Járkov, Tiflis, Bakú, Ereván, Samarcanda, Bujara y Moscú entre otras decenas de lugares, supone un primer desengaño del sistema comunista, pero aún seguiría años con la venda puesta, sin querer reconocer lo evidente. Este punto es el más sorprendente de sus memorias: tratándose de un hombre tan inteligente, ¿cómo pudo estar "ciego" tanto tiempo? La verdad es que Koestler lo explica perfectamente en el libro y desgrana el proceso, desde su entusiasta afiliación hasta su desganado abandono, con una honestidad envidiable.

Fue un hombre muy curioso: original, irónico, maníaco-compulsivo, inteligentísimo, culto, apasionado, alocado y, sobre todo, aventurero. No le importaba perder su posición o las consecuencias de sus decisiones. Si estaba convencido de algo, iba a por ello. Tal es así que se infiltró por primera vez en la España posterior al alzamiento nacional como espía comunista para recabar información sobre la participación alemana en el levantamiento franquista, gracias a embaucar a varios aristócratas y altos cargos franquistas en Lisboa, entre ellos el propio hermano de Franco. Se entrevistó con Queipo de Llano en Sevilla obteniendo valiosa información y escapó por los pelos al poco tiempo a través de Gibraltar. Volvió a entrar en territorio español, esta vez también con el disfraz de periodista extranjero, y cayó en manos de los nacionales durante la caída de Málaga. Antes vivió el asedio a Madrid, donde circulaba con el que había sido coche (y chófer) de Alejandro Lerroux, y había huido a Valencia escapando de las columnas nacionales y los controles anarquistas. Al ser capturado, estuvo a punto de ser fusilado, pero finalmente, tras tres meses encarcelado en Sevilla, fue canjeado por la esposa de un famoso aviador del bando nacional. 

En la Francia ocupada fue también internado, esta vez por extranjero y antiguo miembro del Partido Comunista. Por entonces, ya había roto dos años antes (en 1938) con el partido, lo que le valió furibundas invectivas de sus antiguos compañeros de filas y de muchos intelectuales que defendían la causa comunista. En su huida hacia Inglaterra a través de Marsella, Marruecos y Lisboa, coincidió con el escritor Walter Benjamin, que le dio la mitad de sus pastillas por si era capturado. Estando en Lisboa se enteró del suicidio de Benjamin en la frontera española y decidió emplear él también las pastillas que aquél le había proporcionado, debido a la desesperación de no haber conseguido un visado que le permitiera entrar en Inglaterra. Afortunadamente, su estómago no era tan duro como el de Benjamin y vomitó todas las pastillas nada más ingerirlas.

Sus peripecias son interminables y, en algunos casos, divertidas. Como su viaje en el zepelín Graff, el primero en dar la vuelta al círculo polar ártico; sus visitas a los burdeles parisinos haciendo tiempo entre trabajo y trabajo en la corresponsalía; su estadía en aldeas de colonos sionistas siendo apenas un adolescente.

También hay un espeso manto trágico: la cantidad de amigos y familiares muertos por la guerra, el nazismo o el estalinismo; el romance con Nadeshda en Bakú y el turbador sentimiento de culpa; sus aflicciones infantiles convertidas en complejos inveterados durante su madurez; y la sensación de que su fascinante vida tuvo un precio altísimo en cuanto a pérdidas.

Además, el libro está escrito con ironía y honestidad. Algunos pasajes embarazosos para el autor son descritos sin paños calientes, reconociendo culpas o mediocridades personales. Por otro lado, tampoco renuncia al hedonismo cuando así lo considera. Por consiguiente, parece un relato autobiográfico bastante convincente. 

Repito que es el libro más interesante que he leído. Lo he disfrutado una barbaridad. Incluso he llegado a racionarlo, frenando para evitar llegar al anticlímax: su final. Durante su lectura me invadía una "sensación oceánica" (por tomar una de las expresiones favoritas de Koestler en sus memorias, bebida de Freud) extraordinariamente agradable. Por cierto, en su última página, ya en el epílogo, hay una reproducción de un cartel en el que se ve a Goebbels quemar un libro de Koestler en 1933 bajo la atenta mirada de Hitler y, al lado, se ve a Pieck quemar un libro de Koestler en 1952 bajo la atenta mirada de Stalin. No se me ocurre mejor reconocimiento para un intelectual del siglo XX que esta doble viñeta. 

En cierto modo, todo lo que escribo en este blog alberga la esperanza de que pueda interesar a alguien. Y no me refiero a cómo escribo, sino a qué escribo; esto es, a las inquietudes que pueda despertar en el lector con respecto a las personas o temas tratados. En esta ocasión, referente al libro de memorias de Arthur Koestler, quiero explicitar mi más ferviente recomendación. Koestler escribió en su día que cambiaba una decena de sus lectores de la época por uno solo que lo leyese diez años después, y un millar de sus lectores de la época por uno único que lo leyese cien años después. Démosle ese gusto, pues. 

Ennio Morricone

Ennio Morricone

Magnífico y prolífico compositor italiano autor de decenas de bandas sonoras para el cine. Repasar su filmografía es agotador. Es realmente sorprendente la increíble cantidad de bandas sonoras que ha compuesto a lo largo de su longeva carrera de más de cincuenta años. Sobre todo, teniendo en cuenta que muchas de ellas se encuentran entre las más célebres del séptimo arte. 

Sus inicios a finales de la década de los cincuenta están vinculados al cine y a la televisión italianas. A mediados de los sesenta se embarca en varios proyectos con Sergio Leone, antiguo compañero de colegio. Leone filma alguno de los spaghetti western más recordados de la historia del cine con música de Morricone: Por un puñado de dólares; El bueno, el feo y el malo; Érase una vez el Oeste y muchos otros. El insuperable y admirado Clint Eastwood participa en muchas de estas películas. Así pues, ya tenemos la Santísima Trinidad del spaghetti western: Leone, Eastwood y Morricone. 

Lejos de encasillarse en un determinado género, sirve su talento a otras muchísimas películas: El Decamerón, Novecento, Operación Ogro (sobre el atentado con el que ETA asesinó a Carrero Blanco), La Cosa y un sinfín más hasta llegar a la década de los ochenta.

En 1984 compone la banda sonora de "Érase una vez en América", mi película favorita con el permiso de El Padrino I y II. En esta ocasión vuelve a colaborar con Sergio Leone. El estreno supone un fracaso estrepitoso, ya que se exhibe en las salas sin la música compuesta por Morricone y con el montaje original alterado. Sin embargo, tras reestrenarse con el montaje original basado en diferentes flashbacks y la maravillosa banda sonora, la película cosecha un éxito de la crítica absoluto. Este avatar impide ganar el óscar a la mejor banda sonora original a Morricone, que injustamente jamás obtuvo. La Academia debió sentir el punzante remordimiento de conciencia en la nuca y, en 2006, le concedió el óscar honorífico a una carrera dedicada al cine. Lo descojonante del asunto es que al recibir el premio apenas articuló una palabra en inglés, a pesar de llevar entonces casi cincuenta años trabajando para el cine norteamericano. Para qué aprender inglés, si ya sabe italiano. Vamos, como Sergio Leone.

Para constatar lo injustamente tratado que ha sido por los diferentes jurados integrantes de la Academia de cine de Hollywood, baste citar alguna de sus obras de arte para la gran pantalla sin el reconocimiento en forma de estatuilla: La Misión; Los intocables; Cinema Paradiso

Ha sido sin ninguna duda el mejor compositor de la historia del cine. ¿Cuál será su próxima película? No lo sé. A lo mejor está trabajando en cinco a la vez, ya que su prodigalidad es igualmente envidiable. 

Por cierto, hay un disco de Dulce Pontes versionando a Morricone buenísimo: "Ennio Morricone & Dulce Pontes. Focus". 

Santiago Solari

Santiago Solari

Santiago Hernán Solari fue un buen jugador que jugó en el Real Madrid durante cinco temporadas. Nunca fue una estrella, ni siquiera un gran jugador; sin embargo, le cogí un cariño enorme. Adoraba al jugador y a la persona.

Pertenece a una familia canchera, de padre y tío futbolistas de prestigio en Argentina. De hecho, su apodo – El Indiecito – se lo debe a su tío, el Indio Solari. Dio sus primeros pasos como profesional en River Plate (tristemente descendido hace apenas una semana) y en seguida cruzó el charco fichando por el Atlético de Madrid. Tras dos años en el equipo colchonero firmó con el Real Madrid en 2000.

Su fichaje no me entusiasmó, obviamente. No obstante, a los pocos días de recalar en el equipo blanco, se negó a posar con una bufanda de los Ultra Sur con sus esvásticas y demás símbolos fascistas. Que un jugador que viene del eterno rival se niegue a complacer al grupúsculo ultra, que pretendía con esa foto limpiar su pasado atlético de forma zafia e insultante, denota su integridad y sus cojones. Evidentemente, padeció las iras de los Ultra Sur durante tiempo, siendo pitado en su propio estadio por esa panda de hijos de puta. ¡Olé, Indiecito! Llegás al Madrid como un fichaje de relleno y te ponés de culo al sector más radical y vociferante del club. ¡Olé, olé, olé!

Desde entonces todas sus entrevistas, su comportamiento durante los cinco años con la camiseta merengue, su actuación en el campo con compañeros y rivales confirmaron lo apuntado al inicio: se trataba de un excelente profesional y una persona digna y respetable.

Además, parece ser que en el vestuario de prima donnas del Madrid trataba a todos por igual, haciendo gala siempre de un excelente buen humor y sin casarse con nadie, Vamos, lo que se conoce como un tío con personalidad. Esta actitud conllevó el respeto de muchos y el recelo de otros. Da igual, él siguió igual que siempre.

De otra parte, se trataba de una persona formada, rara avis en el mundo balompédico, inundado de chulos, semianalfabetos, nuevos ricos e imbéciles, que son tratados como dioses. Recuerdo una larga e interesante entrevista que le hicieron para un programa de cine en TVE en la que desplegó todo su buen lenguaje porteño, su afabilidad y sus conocimientos del séptimo arte sin pomposidad alguna (estoy imaginando a Jorge Valdano en su lugar y se me ponen los pelos como escarpias). Un chaval encantador y, por cierto, bastante guapo.

¿Y futbolísticamente, qué? Pues era un buen jugador, sin más. Evidentemente con un nivel superior como para jugar en el Real Madrid, pero sin ser un súper clase. Jugaba en el centro del campo por la izquierda, aportando buenos centros, compromiso defensivo, un muy buen disparo con su pierna izquierda y ese encanto especial que tienen la mayoría de los zurdos. Su éxito radicaba en que sin ser titular acababa jugando más que muchos de los teóricamente titulares. Un magnífico jugador de equipo que aportaba de inicio o bien sustituyendo a algún compañero para cambiar la dinámica del choque. La prueba de su importancia dentro de la plantilla es su participación como titular en la final de la Champions de Glasgow en 2002, en la que el Real Madrid consiguió su novena Copa de Europa. Además, montó la jugada en su banda con Roberto Carlos que acabó en el bellísimo gol de volea de Zidane.

En 2005 abandonó el club de Concha Espina sin queja alguna, con elegancia y educación, como siempre se ha comportado a lo largo de su carrera este gran tipo. Recaló en el Inter de Milan primero y, después, inició una gira por distintos clubes de Sudamérica. Seguro que en todos ellos dejó su sello y se granjeó el cariño de compañeros y aficionados. Yo sigo acordándome de él y echándole de menos. Aunque parezca sorprendente es uno de mis jugadores favoritos. Si él y Fernando Redondo jugasen actualmente en el Real Madrid, yo sería el tío más feliz del mundo.



Teología de la liberación

Teología de la liberación

Surgió en Latinoamérica a finales de los años 60 del siglo pasado como respuesta a los desequilibrios sociales, políticos y económicos existentes en la mayoría de países de Sudamérica y Centroamérica. 

Lo fascinante de esta teología es su contemporaneidad. Siempre se ha criticado a la Iglesia católica por su anacronismo y lejanía de la realidad. Pues bien, la teología de la liberación es la respuesta pastoral al momento y lugar históricos en que surgió. 

Tras el aperturismo del Concilio Vaticano II y, sobre todo, con la proliferación de dictaduras militares en muchos países latinoamericanos que ahondaban en las inveteradas desigualdades sociales y económicas, algunos sacerdotes empezaron a tomar partido por los desfavorecidos, por los sin tierra, por los pobres, no sólo desde una vertiente evangélica, sino también desde una perspectiva social y política. Enseguida se les acusó de hacer política, peor aún, de seguir una doctrina marxista. Si bien muchos de sus postulados pueden ser tildados de marxistas, no había otros principios posibles a contraponer a los abusos de las oligarquías locales. 

Al principio se vio con buenos ojos esta teología desde Roma, pero pronto se estrechó el cerco sobre ella. El Papa Juan Pablo II ordenó al entonces cardenal Ratzinger - hoy Benedicto XVI - investigar y rebatir sus postulados desde la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe. Muchos sacerdotes sufrieron las consecuencias del celo vaticano y otros tantos abandonaron la Iglesia católica. 

A finales del siglo XIX la respuesta del Papa León XIII a las tensiones sociales vividas por las explotadas masas obreras de la Revolución Industrial fue la encíclica Rerum Novarum, defensora de los derechos de los trabajadores y de los valores del socialismo utópico. Sin embargo, casi un siglo después, la respuesta a un movimiento renovador e igualitario surgido dentro de la propia Iglesia fue la mordaza y la excomunión.

No todo lo relacionado con esta teología es digno de alabanza, ya que algunos sacerdotes se adhirieron a la lucha armada o quisieron hacer más política que religión. Pero en general fue y sigue siendo un modo de entender el marco histórico intentando ayudar a los más débiles, dejando de lado cuestiones puramente religiosas para centrarse en los valores éticos y morales que permitieran liberar a esos desfavorecidos y dignificar su vida en la tierra, sin esperar a una hipotética salvación eterna en el más allá. En definitiva, se dedicaron a trabajar en el más acá.

Hay varios teólogos de la liberación con suficiente bibliografía para entender su doctrina (Boff, Restrepo, Tamayo...), aunque en ocasiones resulta farragoso y hasta aburrido. Por eso recomiendo la lectura del libro "Descalzo sobre la tierra roja. Vida del obispo Pedro Casaldáliga". Es una publicación breve y sumamente fácil de leer sobre la vida de este admirable claretiano que desde su obispado de Sao Felix do Araguaia en Brasil lleva cuarenta años luchando contra terratenientes, militares, oligarcas y curia vaticana. Leyendo sus logros y desventuras se percibe con claridad cuál es el fin último de la teología de la liberación: primero la persona y su dignidad, después ya vendrá la evangelización si se quiere. 

A todos los asesinados o represaliados por defender esta teología, mi más profunda admiración.

Eduardo Galeano

Eduardo Galeano

Magnífico y comprometido escritor uruguayo cuyos orígenes periodísticos han impregnado su extensa obra literaria. Probablemente se trate del más importante divulgador de la historia de Latinoamérica, contada con detalle y tomando partido. Porque Galeano siempre se pone de parte de los desfavorecidos, de los perdedores, de los asesinados; en definitiva: de los olvidados. Es un militante de izquierdas del que sentirse orgulloso y al que envidiar, aún sin estar de acuerdo en muchas de sus opiniones.

Su prosa es suave, fluye con asombrosa facilidad. No se recrea en arabescos ni estilos recargados. Usa un lenguaje rico y sencillo. Más bien parece un cronista oral: leyendo sus libros parece que te los esté narrando el propio autor de viva voz. Digamos que está en las antípodas del exquisito y culto Borges. Tiene una cualidad que he encontrado en muy pocos autores: su escritura tiene banda sonora, te acompaña con una melodiosa musicalidad desde el principio hasta el fin. Es como si escribiese sus historias sobre un pentagrama. Es extraordinariamente fácil de leer y, a la vez, increíblemente placentero. 

Sus obras más reconocidas, "Las venas abiertas de Latinoamérica" y la trilogía "La memoria del fuego", suponen dos hitos de la literatura latinoamericana, sobre todo, por su carácter historiográfico. Hace un exhaustivo repaso a la historia del continente americano a través de pequeñas historias entremezcladas con la gran Historia. 

Su denuncia de las barbaridades cometidas por los descubridores españoles y portugueses en los siglos XV y XVI, el relevo tomado por ingleses y holandeses en los siguientes siglos, las invasiones e injerencias norteamericanas desde finales del XIX y el comportamiento miserable y corrupto de las oligarquías locales revelan una sucesión ininterrumpida de injusticias a lo largo de toda la historia del continente.

Especialmente estremecedor es su testimonio sobre lo acontecido en Centroamérica, en países como Guatemala, El Salvador o Nicaragua, en las décadas de los setenta y los ochenta. Siempre se ha centrado el foco de esa época en Argentina y Chile, pero en Centroamérica se cometieron barbaridades mucho mayores en cuanto a crueldad y número. Decenas de miles de personas - muchos indígenas - fueron asesinados atrozmente en diversas guerras civiles que se desarrollaron a la luz de la Guerra Fría, con EEUU financiando y entrenando a los gobiernos militares y los comunistas adoctrinando a la población campesina y obrera. Estos desgraciados que yacen en fosas comunes, en perdidas cunetas de caminos de montaña, en el abismo del olvido son los que honra Eduardo Galeano en sus libros. Es indignante comprobar que muchos de esos hijos de la gran puta responsables de millares de asesinatos siguen viviendo sin haber pagado por ello, mientras familias y pueblos enteros fueron aniquilados, borrados del mapa para siempre.

Posteriormente a la publicación de estas dos obras, el mundo entero centró su atención en el asesinato del jesuita Ignacio Ellacuría por los "milicos" gubernamentales al defender y querer dignificar al pueblo salvadoreño y, aún más tarde, en la guatemalteca Rigoberta Menchú al obtener el premio Nobel de la Paz por su lucha a favor de los derechos de los indígenas en su país. No obstante, Eduardo Galeano ya había dado voz a todos esos muertos anónimos años atrás. 

Su forma de narrar historias mediante breves relatos o, incluso, anécdotas la podemos apreciar en otros muchos libros: "El libro de los abrazos", "Las palabras andantes" o "Espejos, una historia casi universal", su última y amena publicación, donde podemos aprender un montón de Historia de una forma entretenida y curiosa.

Un último apunte sobre este autor uruguayo: es un gran aficionado al fútbol, más concretamente a Nacional, por lo que hoy andará algo apenado por la clasificación de su eterno rival - Peñarol de Montevideo - para la final de la Copa Libertadores. Su libro "El fútbol a sol y sombra" es un genial repaso a la historia del fútbol desde sus violentos inicios en Inglaterra hasta la profesionalización actual, pasando por la extraordinaria selección uruguaya de los años veinte, los primeros y geniales negros brasileños que debían pintarse la cara con polvo de arroz para poder jugar en equipos profesionales, la máquina de River de Pedernera de finales de los cuarenta o la casi imbatible Hungría de mediados de los cincuenta. Una verdadera joya para aficionados al fútbol y admiradores de Galeano. 

Jean Améry

Jean Améry

Jean Améry, nacido Hans Mayer en 1912, fue un escritor al que le llegó tarde la celebridad, gracias fundamentalmente a su labor ensayística basada en sus demonios personales y en una acusada militancia del resentimiento. 

El hecho que marcó su vida fue la detención, tortura y posterior internamiento en el campo de concentración de Auschwitz por parte de los nazis. Hasta entonces había vivido una adolescencia idílica en los Alpes austríacos y una juventud relacionada con el mundo literario en la Viena de los 30.

Tras su liberación en 1945, volvió a Bélgica, adonde se había exiliado en el 38 para evitar caer en las zarpas de la Gestapo.  Vivió modestamente los siguientes veinte años gracias a sus colaboraciones periodísticas, siempre esporádicas, nunca suficientes. Su vocación de escritor no se vio reconocida hasta la publicación del libro “Más allá de la culpa y la expiación” en 1966, su testimonio sobre el lager. Es un ensayo sobre la tortura y un alegato contra los alemanes que organizaron y/o permitieron el genocidio judío. Está escrito desde un resentimiento inveterado y desgarrador. No en vano él lo había titulado originalmente “Resentimientos”, pero a la editorial le pareció demasiado agresivo. Se trata de un ajuste de cuentas. Admiro la descarnada subjetividad de Améry, su rabia hacia la actitud nada revisionista de Alemania y su sentimiento apátrida al renegar de una Austria en la que no se reconoce.

Es mi libro favorito sobre el lager, por encima del archifamoso “Si esto es un hombre” de Primo Levi y de “El hombre en busca de sentido” de Viktor L. Frankl. Es el más objetivo de todos. Con los otros dos es mucho más sencillo conocer qué sucedió en esos campos de la muerte, pero con el de Améry se comprende perfectamente no sólo lo que allí sucedió, prolijamente narrado ya, sino lo que trascendió, lo que marcó a sus supervivientes y lo que desencadenó en sus vidas post-lager.

La publicación de este libro le supuso una fama repentina. Demasiado tarde, tenía más de cincuenta años por entonces. Probablemente su libro no habría tenido ningún impacto escrito cinco, diez o veinte años antes. Su publicación llegó después de los procesos de Frankfurt sobre Auschwitz en los que se puso a la sociedad alemana de frente a lo que había sucedido en ese campo de exterminio y la imposibilidad de que la sociedad silente (la abyecta masa gris) no supiese nada al respecto. Améry buscaba influir en los jóvenes alemanes. Tenía la aspiración de que hubiese una revisión y una asunción de culpabilidad general e individual, señalando a los que habían participado en toda esa maquinaria del mal absoluto y habían sido readmitidos socialmente como si nada hubiese pasado en empresas, universidades y partidos políticos.

Nada de eso consiguió, obviamente, aunque al menos se convirtió en un referente del tema, que su brillante dialéctica y original visión permitió explotar al máximo, casi hasta quedar preso de lo que él llamaba “ser un clown de Auschwitz”. Se le requería en multitud de foros culturales, universitarios y hasta en medios de comunicación. Tuvo largas y hondas discusiones públicas con Primo Levi, con el que coincidió en el campo de concentración e incluso como trabajador-esclavo de la empresa química IG Farben, sobre sus diferentes puntos de vista acerca de la condición de intelectual en el campo. También rebatió con dureza a Hannah Arendt con respecto a lo que ella llamaba “banalidad del mal” a raíz de su libro “Eichmann en Jerusalén”. Y hasta con el filósofo Adorno tuvo sus desavenencias, en este caso por una cuestión más de vanidad que de fondo. No obstante, resulta curioso ver cómo mantuvo polémicas con Levi, Arendt y Adorno, todos judíos laicos como él. 

Por fin había conseguido su sueño de vivir de sus trabajos como escritor, más concretamente como ensayista. Posteriormente, escribió un ensayo sobre el envejecimiento genial: “Acerca del envejecer. Revuelta y resignación”, donde abomina de la decadencia física e intelectual del envejecimiento, del ataque que supone para el individuo la degradación física y la pérdida de capacidades intelectuales. Una original visión en la que ataca frontalmente a aquellos que se resignan ante ello. Él lo padecía más que nadie, ya que el internamiento le había dañado la salud brutalmente: problemas cardíacos, estomacales, depresiones constantes y hasta una especie de epilepsia, que él asociaba a la de Dostoievski.

Tras su éxito como ensayista, intentó desarrollar su faceta de novelista, de escritor con mayúsculas. Sin embargo, sus novelas no tuvieron la misma acogida, lo cual le deprimió profundamente. Después de varios intentos fallidos de suicidio, por fin lo consiguió a los 66 años. No sé si fue ese factor, el hecho de considerarse un “clown de Auschwitz” fuera de tiempo y lugar, su complicada vida sentimental, el rechazo a envejecer o una mezcla de todo, pero finalmente decidió abandonar, curiosamente en Austria, su aparentemente poco querida patria.

De Améry es admirable su brillantez como ensayista, aunque sea desde la subjetividad extrema de su experiencia, su permanente estado de resentimiento y rabia, su tenacidad para conseguir el sueño de vivir como escritor y su indisimulada vanidad, cualidades o defectos que lo hacen entrañablemente real. En el fondo, lo admiro por sus debilidades, puesto que posee dos de mis favoritas: el resentimiento y la vanidad. 

Bad boys: los Detroit Pistons campeones de la NBA

Bad boys: los Detroit Pistons campeones de la NBA

Los Pistons de Detroit construyeron un equipo a lo largo de la década de los 80 que marcó una época. La franquicia fue poco a poco adquiriendo a grandes jugadores en el Draft (Isiah Thomas en el 81, Billy Laimbeer en el 82, Joe Dumars en el 86...) y haciendo buenos fichajes de hombres de equipo: Vinnie Jonhson, Ricky Mahorn, Mark Aguirre (pronunciado asombrosamente guaier]).

Se les recordará por su dureza y agresividad defensiva, gracias a la cual se les bautizó "Bad boys". Y es bien cierto que eran duros; es más, alguno de ellos era un auténtico macarra provocador. Probablemente el peor de todos era Ricky Mahorn, un armario poco dotado para el baloncesto pero increíblemente ducho en las artes de la provocación. Incluso llegó a sacar de sus casillas al Laker James Worthy en unas finales. Billy Laimbeer tampoco se le quedaba a la zaga. Sin embargo, el center titular del equipo se ajustaba mejor a la definición de tipo duro y rocoso. Pegaba, pero pegaba de frente. Y como él mismo decía: "No me queda otra que ser duro ahí debajo (del aro) si quiero coger algún rebote, ya que salto menos que un presentador de noticias". Por cierto, este "bendito" malcarado era de los pocos jugadores profesionales de la Liga que se hubiese ganado mejor la vida fuera de las canchas que dentro de ellas. Era hijo de un multimillonario comerciante de diamantes.

Por encima de todos ellos destacaba Isiah Thomas, con el 11 en la camiseta como Corbalán, por lo que fue mi ídolo NBA y por el que en parte empecé a amar el baloncesto. Era un base genial, con gran capacidad para penetrar hacia canasta finalizando con elegantes bandejas y un buen tiro exterior. Con respecto a su tiro, cabe señalar que jamás he visto a un jugador con su capacidad para tirar desequilibrado. La mecánica de tiro es algo complejo en el baloncesto, aún levantándote sobre tu propia vertical para lanzar; pues bien, hacerlo saltando hacia adelante o, en lo que era un genio Isiah, saltando hacia un lado es dificilísimo. Una de sus memorables actuaciones fue en el Forum de Inglewood, en el sexto partido de las Finales del 88 ante los Lakers de Los Ángeles, durante el tercer cuarto, en el que cayó lesionado en un tobillo y jugó cojo. Aún así anotó ¡¡¡25 puntos!!! en ese cuarto, récord todavía imbatido en unas Finales. Y fue gracias, en parte, a su increíble talento para tirar desequilibrado. Recuerdo ver ese partido totalmente emocionado, más de veinte años después. Recuerdo perfectamente dónde, cuándo y con quién lo vi. 

Isiah Thomas era además un líder que todo lo controlaba. Su difícil carácter le llevó a ser vetado para el famoso Dream Team de Barcelona ’92. Se enemistó con Magic Johnson del que era buen amigo y, sobre todo, Michael Jordan le odiaba.

Mi admiración por Isiah Thomas era tal que llegué a odiar a Jordan. Tardé años en reconocer lo que dijo de él Larry Bird en una ocasión tras una exhibición del 23 de los Bulls en el Boston Garden: "Hoy Dios se ha disfrazado de jugador de baloncesto". A pesar de todo, yo seguí siendo un fiel fan de Thomas y de ese maravilloso equipo de Detroit que tanto me hizo disfrutar con sus dos anillos consecutivos en el 89 y el 90.

El entrenador de ese equipazo fue Chuck Daly, que revolucionó la forma de jugar en la Liga profesional norteamericana por dos motivos: apostó fuerte por la defensa yendo en contra de la tendencia de entonces en la que los marcadores 140 a 130 eran frecuentes y, fundamentalmente, empleó a 8 ó 9 jugadores de forma habitual, haciendo que todos ellos se sintieran importantes y aportaran al equipo. Gente como un jovencito y algo tirillas Dennis Rodman mostrando su fiereza y competitividad, el enigmático John Salley con su tatuaje de una tela de araña, el achaparrado Vinnie Johnson (apodado "el microondas" por su forma eléctrica de romper los partidos) o el larguísimo Adrian Dantley. 

La única excepción a esta reunión de tipos duros fue Joe Dumars, un elegantísimo escolta con un tiro demoledor y, su cualidad menos reconocida, un extraordinario defensor. Consiguió el MVP de las primeras Finales que ganaron, siendo el segundo para I. Thomas. Era un jugador sobrio, frío, constante, competitivo, discreto...una estrella con alma de francotirador, absolutamente demoledor para las defensas rivales.

Fui y sigo siendo de los Pistons de Detroit por aquella época de triunfos épicos, faltas intencionadas y dos anillos NBA. Y fui y sigo siendo el más fanático admirador de Isiah Thomas, a pesar de que como persona deje mucho que desear y como entrenador NBA, primero, y general manager, después, haya fracasado estrepitosamente. 

Bertrand Russell

Bertrand Russell

Fue uno de los más grandes sabios del siglo XX. Por su extensa obra y por la diversidad de disciplinas que abarcó, desde las matemáticas a la filosofía. Todo ello con la literatura como base de su erudición y como herramienta de su extraordinaria capacidad de comunicación, ya que se trata de uno de los personajes más influyentes del siglo pasado, sobre todo, en países anglosajones.

Vivió 98 años, increíblemente bien aprovechados. Nació en 1872 en una familia aristocrática inglesa. No en vano, su abuelo fue primer ministro. Desgraciadamente quedó huérfano de padre y madre muy joven, con apenas seis años. Se crió con sus abuelos y hermano en el típico ambiente victoriano de la época en el que la lectura y el conocimiento clásico formaban parte central de la educación. Ingresó en el Trinity College de Cambridge y pronto fue captado por el grupo de Los Apóstoles, una élite de brillantes alumnos del Trinity College (al que ya hice referencia en el post referente a Anthony Blunt) que discutían sobre casi cualquier tema en un ambiente mucho más liberal del imperante por entonces en el Reino Unido.

Estudió matemáticas y filosofía. Su facilidad para la lógica le habilitaba para ambas disciplinas. Sus estudios sobre teorías de conjuntos dicen que son fundamentales en el devenir de esta disciplina. En el ámbito de la filosofía desarrolló una vasta obra, siendo su influencia enorme en muchos autores contemporáneos y posteriores.

Además, escribió sobre otros muchos y variopintos asuntos en sus decenas de libros. Siempre con rigor y con un lenguaje alejado de la ortodoxia académica, que lo convierte en un autor fácil de leer y muy entretenido, pues todas sus obras están trufadas de un refinado sentido del humor y de una modernidad sorprendente. Sus opiniones a favor del sufragio de la mujer allá por 1910, sobre una sexualidad más abierta y a favor parcialmente del divorcio en la década de los treinta, su antimilitarismo durante la Primera Guerra Mundial y, más tarde, durante la guerra de Vietnam, su radical oposición a la proliferación de las armas nucleares en plena Guerra Fría o sus originales propuestas sobre urbanismo y ocio para las clases populares son sólo una pequeña muestra de su pensamiento liberal y multidisciplinar.

Es admirable tanto su profundo y amplio conocimiento de los diferentes asuntos tratados, como su facilidad para transmitir todos esos conocimientos y opiniones con entusiasmo y sencillez, permitiendo a sus lectores disfrutar y aprender a partes iguales. Da igual que leas su “Historia de la filosofía occidental” sobre algunos de los más sesudos filósofos o su librito “Elogio de la ociosidad” sobre las ventajas del tiempo libre para el individuo en particular y para la sociedad en su conjunto gracias a la teoría utilitarista económica, en ambas obras se disfruta como un enano de su contagiosa sabiduría.

Obtuvo el premio Nobel de Literatura en 1950 y se dijo en esas fechas que era el segundo inglés vivo más importante e influyente tras Winston Churchill. Murió en 1970 dejando tras de sí una vida y una obra envidiables defendiendo la libertad de pensamiento.

¡Quién pudiera vivir 98 años con esa inteligencia y lucidez! 

Clint Eastwood

Clint Eastwood

De encasillado actor a director de referencia. Su carrera es ciertamente curiosa. Como actor, a pesar de haber obtenido una fama evidente, siempre se le vinculó al papel de tipo duro. Digamos que Clint se interpretaba a sí mismo o, al menos, siempre al mismo tipo de personaje: el tío más duro, impasible, solitario y justiciero del mundo. Ya sólo por eso le adoro. Sus escupitajos de tabaco de mascar en los spaghetti westerns rodados con Sergio Leone (Por un puñado de dólares; El bueno, el feo y el malo...), mientras suena una de las maravillosas bandas sonoras de Ennio Morricone, son el anuncio de que alguno de los malos iba a morder el polvo.

Lo mismo vale para sus papeles de Harry Callahan en la saga de Don Siegel "Harry el ...". Sabías que siempre iba a ganar Clint, o sea, Harry con su súper pistolón en la mano. A esos papeles se les acusó de fascistas y demás lindezas por los gilipollas de ayer y de siempre. ¡Qué coño! Claro que era un justiciero que iba por libre Harry; pero nunca se cargó a uno de los buenos, siempre se merendaba a los malos, malísimos. Y a mí eso siempre me moló un huevo.

Lo cierto es que tardó mucho en despojarse de esos papeles. Incluso como director, comenzó a producir y dirigir películas en las que él era el protagonista (Firefox, Impacto súbito...), y su personaje no distaba demasiado de los de Harry.

No obstante, poco a poco empezó a hacer películas diferentes, con otro tipo de registro, como por ejemplo "Bird", donde daba rienda suelta a su pasión por el jazz. 

A mi entender, y a pesar de mi admiración infinita por Clint, tardó mucho en dirigir una buena película. El punto de inflexión al respecto fue la película "Sin perdón", un western viejuno. No es mi favorita, ni mucho menos. De hecho, no me fascinó como al resto de público y crítica, Oscars mediante.

Mis preferidas son "Mystic river", en la que Sean Penn está sublime, y "Gran Torino", en la que el propio Clint interpreta a un adorable y gruñón anciano duro y solitario, como muchos de sus papeles de juventud. 

En medio, ha rodado el pastelón "Los puentes de Madison", coprotagonizada por la espantosamente fea Meryl Streep, donde resulta poco creíble ver a Clint sensiblón y enamorado; "Million dollar baby", una deprimente buena película; "Banderas de nuestras padres" y "Cartas desde Iwo Jima", cine bélico con un interesante enfoque desde ambos bandos de la contienda; y otras muchas más que hacen de Clint Eastwood un director increíblemente prolífico en los últimos años. Me temo que a sus 80 años, aunque está hecho un toro, ve el final cerca e intenta aprovechar al máximo el tiempo que le queda.

Su último trabajo estrenado en España es la película "Más allá de la vida". El título da cierto repelús, el argumento también, incluso el papel de la periodista francesa Marie Lelay que coquetea con experiencias cercanas a la muerte está plagado de lugares comunes muy poco currados; pero ¡qué narices! la ha hecho Clint, así que está bien. No es ni mucho menos una de sus mejores obras, pero seguro una de las últimas. Por lo tanto, se ha de ver.

Una faceta que probó, si bien de forma efímera, fue la política, ya que fue alcalde de Carmel, pueblo al sur de San Francisco donde vive o acostumbraba a vivir. Lo visité con entusiasmo hace años y, como no podía ser de otro modo, me encantó. Es un paraíso de jubiletas situado en la ladera de una montaña con una recogida y amplia playa al final. Su tranquilidad y silencio sorprenden al visitante. Las referencias a Clint no faltan, por lo que el entregado fan (o sea, yo) queda más que satisfecho de visitar Carmel.

Edward Burns

Edward Burns

El actor, director y, sobre todo, productor y guionista Edward Burns saltó a la fama con su primera película, “Los hermanos McMullen”, dirigida con apenas 27 años. Obtuvo un sonado éxito en el festival de cine independiente de Sundance (criatura de Robert Redford. El festival, no Edward). La película se sostiene con su brillante guión y la curiosa actuación como padre de la familia de origen irlandés del actor que encarnaba al padre gruñón y cínico de Frasier Crane en la divertidísima serie de los noventa “Frasier”.

Por entonces se comparó a Edward Burns con Woody Allen. Evidentemente por su talento como guionista y origen neoyorquino, no por su belleza. A mí me hubiese cabreado la comparación de ser el joven director debutante. Es como si comparasen el primer papel como actriz de Charlize Theron con Chus Lampreave.  La primera es un bellezón y la segunda es…bueno, es Chus. Lo mismo sucede con Woody – the feunest – y el guaperas de Edward. De hecho, basta con nombrar a las mujeres de ambos: Mia Farrow / Soon-Yi  vs. Christy Turlington.

Tras su exitosa presentación en sociedad, escribió y dirigió “Ella es única”, un pastelón cursi muy por debajo de las expectativas creadas. Con “Calles de Nueva York” volvió a recuperar el tono. Desde entonces ha ido alternando escritura y dirección con producción y actuación.

Ha participado como actor en megaproducciones como “Salvar al soldado Ryan” y productos comerciales como “15 minutos” junto a Robert de Niro, “Holiday” con Cameron Díaz y Jude Law o “27 vestidos”, en las que ha cobrado millonadas que ha usado para producir las películas o series de televisión que ha querido. También ha escrito algunos de los episodios de las series de televisión “The fighting Fitzgeralds” (NBC) y “El séquito” (HBO) entre otras.

Nunca ha ido de exquisito alternativo que desprecia el cine comercial, ni se ha excusado por sacar provecho de él. Sencillamente, le gusta el cine y disfruta del negocio sin complejos ni prejuicios. El guapo chico listo se dedica a lo que quiere, como quiere.

Curiosidad: La serie “The wire”, a la que rinde tributo el nombre de este blog, es obra de David Simon, periodista especializado en sucesos  durante años del Baltimore Sun, en colaboración con Ed Burns, ex policía de la ciudad de Baltimore. Sin duda, la curiosa coincidencia del nombre ha ayudado a la inclusión del primer Edward Burns en la categoría de “Dioses”. De hecho, cuando vi por primera vez el nombre de Ed Burns en los títulos de crédito de “The wire”, pensé que se trataba del director de “Los hermanos McMullen” y me alegré de que fuese también autor de la serie. Así que cuando descubrí el error me llevé una ligera decepción. En cualquier caso, ¿a qué coño esperan el resto de Edward Burns que pueblan el mundo para hacer cosas chulas para el cine o la televisión? Si yo me llamase Edward Burns, ya habría rodado “El padrino IV” o la 7ª temporada de “Los Soprano”.

Javier Cansado

Javier Cansado

De nombre real, aunque algo irreal para mí, Ángel Javier Pozuelo, este humorista madrileño me hace reír un montón, aunque no siempre fue así.

Me he enamorado de él gracias al programa de Canal + "Ilustres ignorantes". Antes ya era famoso por el dúo cómico "Faemino y Cansado", que tan buenas críticas y fans consiguieron años ha. La verdad es que no acababan de volverme loco. Los encontraba originales. Me hacía gracia alguno de sus gags. Pero no me mataban. Vamos, que no bebía los vientos por ellos. Ni los fui nunca a ver al teatro, ni esperaba con ansiedad su programa semanal de TVE "El orgullo del tercer mundo".

Sin embargo, desde hace un par de años lo sigo con devoción en el programa antedicho de la plataforma digital, que se emite quincenalmente en las noches de los viernes. Tiene una duración de treinta minutos, está conducido por Javier Coronas - un tipo regordete bastante gracioso - y siempre cuenta con cuatro invitados, dos se renuevan en cada programa y dos aparecen siempre: Pepe Colubi y Javier Cansado. En cada programa se habla de un tema diferente, aunque en realidad es lo de menos, ya que de lo que se trata es conseguir que el ingenio y la espontaneidad de los invitados hagan el espacio ameno y divertido. 

Y Javier Cansado lo borda. Sus historias son descojonantes, originales, absurdas. En ocasiones las viste de una aparente formalidad y las cuenta con seriedad; en otras son directamente ridículas, pero desternillantes. En cualquier caso, cuando él habla siempre consigue hacerme reír. 

Tiene una cualidad extraordinaria: hace reír con cosas que no hacen gracia. Cosas tan estúpidas como repetir una palabra o una expresión varias veces seguidas, casi sin añadir nada más entre medio, simplemente con su tono de voz y su careto cachondo. Además, es increíblemente rápido. Cuando es interpelado por otro de los invitados responde con agilidad y gracia, causando la risa entre todos ellos. Tiene una complicidad especial con Pepe Colubi, el cual se pasa el programa entero muerto de la risa con las intervenciones y ocurrencias de Javier Cansado.

En definitiva, es uno más de los tipos que me hacen reír de verdad y a los que tanto debo y admiro.

Terence Winter

Terence Winter

Este guionista norteamericano es uno de los más afamados y afortunados de la profesión. Ha escrito para varias series de televisión y alguna película, sobresaliendo por encima de todos sus trabajos los guiones para muchos de los capítulos de Los Soprano, esa obra culmen de la cadena HBO, de la que ya he hablado en otra ocasión.

Tras David Chase, creador y principal guionista de Los Soprano, es el que más veces ha participado en los guiones de la serie, hasta en 23 capítulos. Por uno de ellos obtuvo el Emmy al mejor guión de una serie dramática, que curiosamente se da a uno de los capítulos, no al guión de la temporada completa con todos sus capítulos. Es el máximo premio al que puede aspirar un guionista de televisión. Y visto el pobre panorama del cine durante la última década es, sin duda, mucho más meritorio que un Oscar al mejor guión original o al mejor guión adaptado de la Academia de la alfombra roja.

Lo mejor de todo es que después de semejante reconocimiento ha seguido trabajando. Yo, seguramente, me habría subido a un pedestal en una céntrica plaza, y recostado con aire displicente y soberbio habría esperado las edulcoradas loas de los transeúntes, mientras en una placa en bronce anunciaba todo ufano: "Admiradme y glorificadme, porque yo he escrito gran parte de los guiones de Los Soprano".

Afortunadamente, Terence Winter no parece ser un tipo tan conformista y gilipollas, y ha seguido con otros proyectos. El principal es "Boardwalk Empire", una adaptación de un libro que narra los años de ley seca en Atlantic City: mafia, casinos, corrupción, personajes reales de leyenda (Lucky Luciano, Al Capone, Arnold Rothstein)...¡una maravilla!

El guión fascinó de tal modo a Martin Scorsese, que no sólo produce la serie - la más cara de la historia - sino que dirigió el capítulo piloto. Ya he podido ver los tres primeros capítulos en Canal + y me muero por ver muchos más. En pequeñas dosis, de uno en uno, esperando cada lunes por la noche para ver el siguiente.

Terence Winter, un tipo con un enorme talento para escribir historias sobre la mafia. Uno de esos genios que junto a David Chase, David Simon, Edward Burns, Tim Van Patten, George Pelecanos y otros más han hecho de las series de televisión un manjar de los dioses para los aficionados al buen cine que se estaba perdiendo por el sumidero de las grandes producciones.

 

Antonio Muñoz Molina

Antonio Muñoz Molina

¿Por qué me gusta tanto Antonio Muñoz Molina? ¿porque escribe de fábula? Bueno, sí, claro; pero por otras muchas cosas también: por su coherencia y compromiso con sus ideas, sin necesidad de adherirse a ningún grupo del que vivir y medrar; por su tímida discreción; por su capacidad de recomendar obras, autores y disciplinas tan diversas como interesantes; y por su graciosa mujer, Elvira Lindo, cuyos libros no me interesan, pero sí sus artículos, en los que habla de su ‘santo’ con una cariñosa y burlesca naturalidad, retratando a un tipo todavía más adorable.

Sus libros están escritos con un lenguaje melodioso, sin complicadas figuras literarias ni artificios léxicos innecesarios que hagan la lectura farragosa; sino más bien ligera, casi musical. Las frases, los párrafos, los capítulos se suceden de forma suave, sin estrépito, envolviendo al lector en una agradable atmósfera que le atrae tranquilamente, de forma relajada.

Algunos de sus libros muestran evidencias autobiográficas indisimuladas como en “Ardor guerrero” o “Viento de la luna”, donde relata sus miedos, sus anhelos, sus complejos, sus sueños con una pasión y sensibilidad maravillosas. Porque se trata de un escritor con una acusada sensibilidad, pero no meliflua y cargante, sino estimulante y grata. Las mujeres que novela son evocadoras, misteriosas y turbadoras. En “Carlota Fainberg” o “Invierno en Lisboa” aparecen algunas de estas mujeres que él desea profundamente.

Sus artículos de prensa son impecables. Escritos con maestría y sin rubor de mostrar cuál es su opinión, por incómoda que sea. Rezuman libertad, independencia, conocimiento y, sobre todo, cordura a raudales.

Su talento para describir las sensaciones que le transmiten los temas que le gustan es enorme. Por eso me han resultado tan útiles algunas de sus recomendaciones. Descubrí “El pianista” de W. Szpilman, muchos años antes de que Polanski rodara su asombrosa historia, gracias a él. También leí el magistral ensayo “LTI: La lengua del Tercer Reich” de V. Klemperer tras haber leído un artículo suyo. De igual modo, su libro “Ventanas de Manhattan” me destapó infinidad de lugares a visitar en Nueva York, una deliciosa guía de viaje de la ciudad de las ciudades.

Una última cualidad de agradecer en una de las mejores plumas del panorama literario español actual es su escasa presunción. Sirva como ejemplo la respuesta que dio a la pregunta de cuáles eran sus ídolos en una entrevista: entre otros, citó a Clint Eastwood y a Marilyn Monroe, en lugar de mencionar a Russell o Faulkner, por ejemplo.