Del miedo y otras certezas ineludibles
Amanece, a veces.
Otras, la noche coge de las solapas al día
y lo esconde bajo su manto.
Entonces, los miedos acechan.
Porque el miedo es una industria externalizada.
Subcontrata medios y miedos ajenos:
miedos gregarios, miedos promiscuos, miedos a tiempo parcial,
miedos fatuos, miedos cobardes y hasta miedos reales.
¿Quién no siente miedo o, peor, su enfático plural?
Únicamente los imbéciles, los orates y las hormigas viven ajenos a él.
¿No sentía miedo Raymond Carver cuando escribía sus cuentos?
¿No sentía miedo Ludwig Meidner cuando pintaba sus paisajes apocalípticos?
¡Claro que sí! ¡Sin duda! Pero seguían escribiendo y pintando
precisamente para aplacar su miedo a la desolación.
El miedo es ante todo un tirano y un gran vanidoso.
Necesita atención constante, sumisión absoluta.
No se le combate retirándole la mirada.
Adora esa sensación de superioridad.
Se afronta mirándole directamente a sus ojos ciegos de ira,
atravesando sus pupilas, sus glóbulos oculares;
ciscándose en sus cavidades y en su untuoso cerebro
con condescendiente valentía, como diciéndole suave y torvamente:
sé que estás ahí, no puedo hacer nada para evitarlo.
Pero yo también voy a seguir aquí y no vas a poder evitarlo.