Blogia
lasnochesdeMcNulty

Piezas

El restaurante Zara de Madrid

El restaurante Zara de Madrid

Soy un gran fan de los bares, las tascas y los restaurantes en general. Suelo ser mucho más feliz en un bar que fuera de él. Del mismo modo que soy más feliz bebiendo que sobrio. Huelga mencionar la positiva sinergia obtenida al conjugar ambas aficiones. Así pues, cuando considero a un bar o a un restaurante dentro de mis favoritos, pasa a formar parte de mi querido santuario de cosas, personas y lugares imprescindibles.
 
Uno de ellos, y el que ostenta el título de bar/restaurante favorito de Madrid, es el restaurante Zara, un pequeño y acogedor local situado en la calle Infantas, nº 5. Lo descubrí hace 10 años y siempre que voy a Madrid intento disfrutar de su sencilla comida cubana y, sobre todo, de sus deliciosos daiquiris, la mejor bebida alcohólica que he probado jamás.
 
Saborear uno de los daiquiris granizados del Zara es tocar el cielo. Incluso su textura y color evocan el mismísimo paraíso. Esa nube helada seduciéndote desde la copa, que al paladear se deshace suavemente inundándote la boca con la suavidad y dulzura del ron… ¡Menudo placer! Sin duda, un gran momento.
 
Además, sus platos son igualmente riquísimos: la famosa ropa vieja, la yuca con mojo picón, el plátano frito, el arroz con frijoles y, por encima de todos, el pollo frito. ¡Cómo se puede marcar la diferencia con algo tan simple y común como el pollo frito! Pues en el Zara lo bordan. Y es que los años de experiencia y tradición de la pareja de cubanos (de ascendencia asturiana) que regentan el restaurante se nota por todas partes. El ambiente es tan agradable, tan familiar, que parece que estés comiendo en casa del octogenario matrimonio. El caballero, de envidiable aspecto a pesar de su avanzada edad, siempre de pie, haciendo cosas aquí y allá; la señora, con su acento cadencioso y dulce, sentada en una mesa ordenando a diestro y siniestro. Vamos, como en su casa.
 
Hace unos cinco años pasaron el peso del restaurante a una de sus hijas y a su yerno, una pareja encantadora, que tenían otros intereses profesionales muy diferentes a los de la restauración, pero que, sin embargo, han acometido con un desempeño extraordinario. Ella, elegante y resuelta; él, contenido y de una sonrisa bondadosa que conmueve. Los dos me hicieron disfrutar de una comida embriagadora hace unos días. Casi pierdo el AVE de vuelta por culpa o, mejor dicho, gracias a ellos dos y al buen rato que me regalaron.
 
Lo dicho, un restaurante magnífico por su comida, sus daiquiris, su servicio y, sobre todo, por su acogedor ambiente.

Real time with Bill Maher

Real time with Bill Maher

Este talk show emitido semanalmente por la cadena norteamericana HBO – que Canal + ofrece a través de su canal Xtra – es una auténtica pasada. Todo gira en torno al genial cómico Bill Maher, un cincuentón hilarante y sardónico.
 
El formato es siempre el mismo. Empieza con un monólogo de Maher, seguido de una breve entrevista. A continuación, se abre la mesa de debate con tres invitados diferentes cada programa, a la que se une más adelante un cuarto invitado. Y para finalizar el bloque ‘New rules’, que ridiculiza a los políticos y personajes públicos del momento, y que enlaza con un speech moralizante, siempre brillante y elocuente, del presentador. O sea, nada nuevo que no se haya visto en decenas de programas televisivos a lo largo de los últimos años. Así pues, aquello que lo hace diferente y tan interesante es el tono que usa Maher a lo largo del show. Es extraordinariamente mordaz, tendencioso y ligeramente obsceno. No se anda con paños calientes, siempre suelta directos al mentón del vilipendiado. Destroza a los políticos que no le gustan, generalmente del partido republicano. Abomina del racismo, la homofobia, el clericalismo y la mojigatería sexual, empleando todo su inagotable ingenio (y el de su equipo de guionistas) en ridiculizar y desenmascarar a sus hipócritas defensores.
 
Comparado con programas similares que se hacen o se han hecho en España, como pueden ser los de la factoría de El Terrat donde el humor es igualmente brillante pero inofensivo, “Real Time with Bill Maher” es cine pornográfico deliciosamente explícito  y “Buenafuente” apenas un film erótico de serie B.
 
Lo mejor que puedo decir de Bill Maher es que me hace reír, no sonreír. Vamos, que me descojono viendo su programa. Sólo “Ilustres ignorantes” con mi idolatrado Javier Cansado consigue que me divierta tanto viendo televisión. 

La hormiga y el Listerine

Hallábame hace un par de noches en plena higiene bucal cuando al escupir el colutorio me di cuenta de que había arrastrado a una hormiga por el desagüe junto con el resto de baba azulada. Al principio, se me encogió el corazón. Pobrecita, pensé. No es que yo sea un adalid de la defensa de los animales, pero por lo general no me molestan ni los mato. O sea, mientras no me incordien, no les hago nada. Sólo cuando nuestros intereses entran en colisión, acabo con ellos. Vamos, soy un liberal al uso en lo concerniente a la convivencia con otros animales. No obstante, tras ese primer momento de pena inconsciente e irracional, pensé: ¡qué cojones, ha tenido una muerte épica! Las hormigas suelen morir por armamento químico en forma de insecticidas, por aplastamiento o, la gran mayoría, de puto agotamiento de tanto trabajar; así que “H”, como la llamaré en adelante, tuvo una muerte única, extraordinaria. No sé si las hormigas tienen más allá, pero si lo tienen el de admisiones debió flipar al escuchar el relato de su muerte.

“H” es afortunada, en la vida eterna de las hormigas se va a hinchar a follar, porque huele tan bien tras ese tsunami de Listerine que incluso otros himenópteros, además del resto de hormigas, van a querer comerle “to lo negro” por los siglos de los siglos.

Siempre me había importado un huevo si hay vida después de la muerte o si habrá un Juicio Final. Yo lo que quería era vivir lo máximo posible en las mejores condiciones posibles. Pero desde la otra noche me muero de ganas de que haya un Juicio Final. Quiero testificar a favor de “H”, se lo debo. Porque seguro que el fiscal de las hormigas (un tipo cuya vida terrenal consistió en acarrear pedacitos de hoja incansablemente al hormiguero hasta morir chafado por un tronco de algarrobo) le acusa de las mayores atrocidades y de merecer semejante muerte, digna de Los Evangelios Fórmicos, por haber cometido presuntamente los peores pecados imaginables, ya que las religiones, todas, incluso la de las hormigas, detestan que alguien folle. Pues bien, cuando llegue ese momento, yo me levantaré y diré: ¡Ese fiscal miente! “H” murió por pura mala suerte. Y, lo más importante, lo hizo con absoluta dignidad. Cuando su vida se escurría por el desagüe, gritó llena de gozo “¡De puuuuuta maaaaadre! ¡Cómo mola esta cosica azul!”

“H” vivirá el resto de la eternidad sin el estigma de hormiga pecadora y yo viviré toda esa incomprensible eternidad sin la culpa de su muerte, losa que me pesa tanto como el peso de “H”. 

Walter Benjamin - Gershom Scholem. Correspondencia (1933-1940)

Walter Benjamin - Gershom Scholem. Correspondencia (1933-1940)

Siempre me pareció algo desleal publicar la correspondencia entre dos personas, a menos que ambas lo acordasen, claro. Las cartas dirigidas a una persona, aunque también traten temas no personales, siempre contienen elementos más o menos privados, más o menos íntimos.

No obstante, suele haber justificaciones recurrentes más que convincentes que legitiman la publicación de esta correspondencia: tratarse de documentos históricos que relatan datos y hechos que ayudan a una mejor comprensión de determinados acontecimientos; favorecer el conocimiento del personaje y las posibles motivaciones que le llevaron a actuar de determinado modo en su vertiente pública y conocida; ser valiosos testimonios que complementan la obra publicada del autor (siempre que se trate de un artista o pensador)...

En el caso que nos ocupa, Scholem posee, además, dos razones adicionales para justificar la publicación de la correspondencia con Benjamin: fue una especie de “archivero” de la obra de Benjamin, que siempre se preocupó de alentar el conocimiento en editores y público; y tuvo acceso a las cartas que él había enviado a Benjamin en 1975, esto es, treinta y cinco años después de la muerte de éste, al permitirle la RDA acceder a sus archivos, que contenían dichas cartas enviadas por Scholem a Benjamin entre 1933 y 1940, de tal modo que dispuso, entonces, de la colección completa al poseer él, lógicamente, las cartas enviadas por Benjamin, y decidió publicar el material completo. 

Antes de analizar el contenido de las cartas, es importante señalar que los dos autores, que se conocieron en sus tiempos en Berlín, donde ambos nacieron a finales de siglo XIX en el seno de familias pertenecientes a la burguesía judía, parten de posiciones políticas y religiosas opuestas: Benjamin es comunista, Scholem ligeramente conservador; Scholem simpatiza con el movimiento sionista y emigra a Palestina en 1923, Benjamin jamás se plantea tal opción e incluso desconoce el hebreo; Scholem (experto en filosofía mística judía) vive el judaísmo como religión, especialmente a través de sus tradiciones y escritos, Benjamin en absoluto. Sin embargo, ambos se profesan admiración mutua y muestran un extraordinario interés y respeto por las ideas y pensamientos del otro, lo cual demuestra que nos encontramos ante dos personas cabales y escasamente dogmáticas, más allá de que en algunos puntos estuvieran en las antípodas el uno del otro.

Realmente, el contenido de las cartas no contiene ingentes páginas de sesudo contenido intelectual, más allá de algunas discusiones sobre Kafka y las referencias a los trabajos literarios de cada uno. De hecho, el componente personal sobresale sobre cualquier otro, muchas veces provocado por el contexto de la época: la toma del poder en Alemania por parte del partido nazi en 1933 y las consecuencias sufridas en adelante por los judíos.

Leyendo estas cartas, se disfruta de la elegancia de Scholem y de la bella y desgarrada prosa de Benjamin. Gershom mantiene un estilo sobrio y cercano durante todas sus misivas; Walter se muestra más arrebatado, incluso en ocasiones patético. Evidentemente, la diferencia en el tono tiene una fácil explicación: el primero escribía bajo un confort vital muy alejado de la cada vez más asfixiante y penosa existencia del segundo. Aunque, a riesgo de pecar de injusto y duro con Benjamin, no extraña en absoluto que éste se suicidara en 1940.

Lo más interesante de este libro es la contextualización de su momento histórico y, sobre todo, las relaciones que ambos mantienen con intelectuales de diferentes disciplinas e inquietudes, muchos de ellos también judíos. No en vano, Benjamin se refugia muchos veranos en la casa danesa de Bertolt Brecht, donde puede escribir cómodamente. Recibe ayuda económica de otros intelectuales emigrados a Nueva York como Theodor Adorno, que admira su trabajo. Aunque más modestamente, también es ayudado por Hannah Arendt, con la que huirá al sur de Francia en 1940 para intentar llegar a Nueva York. De hecho, Scholem cuenta que fue Hannah Arendt quien le explicó que Walter Benjamin se había suicidado en Portbou y cómo y dónde fue enterrado. Resulta gratificante comprobar cómo a mediados de los treinta, en varias de sus cartas, tanto Scholem como Benjamin hablan con admiración de la brillantez y tino de los ensayos de Arendt.

En definitiva, la correspondencia entre ambos durante esos convulsos y decisivos años revela a dos personalidades muy diferentes, pero que tienen un interés común e inquebrantable: su compromiso intelectual, que les mantiene unidos a través de los años a través de ese invisible y poderoso vínculo que es la inteligencia. 

Gino Bartali, leyenda del ciclismo y héroe anónimo

Gino Bartali, leyenda del ciclismo y héroe anónimo

Bartali perteneció a una época en la que el ciclismo era épico: etapas de 350 km., carreteras sin asfaltar llenas de tierra, puertos nevados y embarrados, tubulares cruzados sobre los hombros y debajo de las axilas confiriendo a los ciclistas un aire de caballeros templarios sobre pesados caballos de dos ruedas. Vamos, un deporte muy alejado de la gran mentira del ciclismo de los últimos veinte años.

En 1936 y 1937 ganó el Giro de Italia demostrando una fortaleza física descomunal. Ya fuera pedaleando sobre las tórridas carreteras del sur a 40º o cabeceando debajo de las heladoras lluvias alpinas, Gino se crecía cuando el resto doblaba la cerviz. Había nacido un mito del ciclismo.

En 1938, Benito Mussolini obliga a la Federación Italiana de Ciclismo a que Bartali corra el Tour de Francia en lugar del Giro. Obviamente, lo ganó y fue recibido en loor de multitudes por el Duce. A partir de entonces se le identificó como el ciclista del régimen fascista, a pesar de no existir documento o fotografía alguna con Bartali realizando el saludo fascista. Su origen humilde y su devota religiosidad ayudaron a esa falsa imagen.

La Segunda Guerra Mundial truncó su carrera profesional, que hubiese tenido un palmarés extraordinario a la altura de los Anquetil, Merckx o Hinault. No obstante, sí que pudo aumentarlo una vez finalizada la contienda bélica: ganó el Giro del 46 y el Tour del 48. Éste último tras recuperar 21 minutos de retraso al ídolo local Louison Bobet en una demostración colosal de su condición de escalador ganando siete etapas de montaña.

En esta segunda etapa mantuvo una fuerte rivalidad con Fausto Coppi, otra leyenda del ciclismo italiano y antagonista de Bartali. Cada uno representaba a una Italia. Los aficionados se posicionaban a favor de uno u otro, como si de Milan o Inter se tratase. Todavía hoy día se discute en Italia sobre quién ofreció a quién el bidón de agua en la famosa foto de Bartali y Coppi escalando un puerto de montaña. Realmente, es imposible saber quién dio y quién recibió el bidón en esa instantánea por mucho que la escrutes. De todos modos, es una bella imagen de solidaridad en medio del esfuerzo máximo entre dos rivales.

Hasta aquí la historia de Bartali, leyenda del ciclismo. Pero lo mejor de su biografía llegó después de su muerte en el año 2000. Los hijos del responsable de una red clandestina que ayudó a centenares de judíos italianos a escapar de las brasas del nazismo descubrieron un diario de su padre en el que había anotado prolijamente los detalles de las operaciones llevadas a cabo por la red. En este diario el nombre de Gino Bartali estaba omnipresente. Se pusieron en contacto con otros miembros de la red que aún vivían y confirmaron que se trataba del famoso ciclista, que durante 1943 y 1944, bajo la apariencia de duros entrenamientos, se dedicaba a llevar documentación falsa escondida en el cuadro de su bicicleta de monasterio en monasterio para ayudar a los desventurados judíos que la red clandestina intentaba salvar. Del análisis de este diario se concluyó que gracias a Gino Bartali se salvaron 800 personas. Ese Gino Bartali, que injustamente fue estigmatizado como ciclista del régimen fascista y que vivió 55 años con ese sambenito, fue el que arriesgó su vida recorriendo centenares de kilómetros diarios entre las felicitaciones de los carabinieri que le pedían autógrafos y las risas condescendientes de los soldados que le paraban en los controles de carretera y le decían “¿para qué carrera te preparas, Gino?”

Bartali jamás contó nada a sus amigos ni a sus familiares al respecto. Ni siquiera una insinuación. Se llevó a la tumba ese secreto que podía haberle redimido fácilmente ante la sociedad italiana de su estigma fascista. Un hallazgo casual ha permitido conocer la grandeza de este hombre. 800 vidas y centenares de las de sus descendientes se han dado gracias a él. Con absoluta seguridad, a Gino Bartali le bastó con paladear en su fuero interno el bien que hizo, sin necesidad de compartirlo o, aún peor, exhibirlo ante nadie más. No en vano, la bondad es una cualidad que en silencio resplandece majestuosamente, pero que al ver la luz languidece inexorablemente. Sin duda, la belleza del heroísmo anónimo no tiene rival. 

¿Por qué ya nadie cuenta chistes?

Porque el humor ha sido copado por los “modernos”, tanto en su generación como en su consumo. Difícilmente alguien hoy día se define como humorista: “¡No, no! Yo soy cómico o actor cómico. Soy guionista y, ocasionalmente, monologuista. ¿Humorista? ¡Pooor favooor! Eso lo era Bigote Arrocet o el Dúo Sacapuntas. Yo practico el humor inteligente.” Y se queda más ancho que largo. Pero es que la mayoría de consumidores actuales de humor asentirían, con su babeante idolatría, semejante declaración del cómico anteriormente llamado humorista.

Curiosamente, ya no hay gente mayor en el mundo del humor. Todos esos cómicos de los que hablo son “modernos” treintañeros tan ingeniosos como guays. Molaría que fuesen tus amigos, incluso tus novios o novias. “Me siento identificado con ellos. Hablan de cosas que me pasan a mí. Puedo ser uno de ellos”, piensa el “moderno” común en su función de público. Los viejos, en el ámbito del que estamos hablando, son los mayores de cincuenta años. Ya no hay Gilas ni Tips ni Chiquitos. Nadie cuenta chistes de un inglés, un francés y un español. Ningún monologuista llama a la guerra. La improvisación ingeniosa ha sido desterrada. Ahora todo está medido, escrito previamente en un guión calculado y es presentado de forma impostada, hasta con cierta desgana, como si el humorista, perdón, cómico nos hiciera un favor contándonos sus gracias.

De otra parte, y para más inri, el “moderno” ha conseguido, al menos en lo que al humor se refiere, penetrar todas las clases sociales. Así, tenemos al “moderno pijo”, que se pirria por los monólogos que tratan de mujeres o trabajos; al “moderno alternativo”, al que se le hace el culo pepsicola con el humor de contenido social y reivindicativo; e, incluso, al “moderno quillo”, especialmente deleznable, que ríe histéricamente y se convulsiona cual epiléptico viendo al borracho de “¡Toma lacasitos!” o a la de “la-lié-parda” en Youtube.

La sucesión de chistes inconexos que buscaban la risotada espontánea y la carcajada fugaz forma parte del paleolítico del humor. Lo que se lleva en el mundo “moderno” es la historia más o menos hilada de supuestas experiencias o anhelos personales que invariablemente transitan del victimismo amable al patetismo autocomplaciente. La forma de humor en boga es, pues, el monólogo; de tan usado, previsible e irritante, cuando no exasperantemente largo. De hecho, el monólogo es como un mal amante: te calienta con los preliminares, pero no te proporciona verdadero placer. Sin embargo, el chiste, mucho más zafio y directo, no pierde el tiempo en zalamerías; eso sí, te provoca un orgasmo.

Nunca he sabido contar chistes. Por eso siempre envidié y admiré a los que eran verdaderos genios en ese arte, porque, además, eran contadores de chistes “anónimos”: amigos o familiares. Y los echo un montón de menos. A los chistes, me refiero. Los magos contadores de chistes siguen ahí, aunque atenazados por los dichosos “modernos”. 

Searching for Sugar Man

Searching for Sugar Man

Esta película documental nos muestra la asombrosa y maravillosa historia real de Rodríguez, un talentoso cantautor de los suburbios de Detroit con dos álbums publicados y olvidados (Cold fact y Coming from reality) a principios de los 70 en EEUU, que se convierte por uno de esos curiosos azares del destino en un fenómeno de masas en la Sudáfrica del apartheid y que, tras veinticinco años de misterio alrededor de su figura, un melómano y un periodista sudafricanos consiguen hallar su pista perdida.

Es tan absolutamente fascinante cómo la historia transita de una turbia y trágica leyenda a una sorprendente y conmovedora realidad, que cuesta creer que sea verdad. Es como un cuento de hadas truncado y recuperado veinticinco años después. 

Además, las canciones compuestas por Rodríguez que acompañan la película son buenísimas. Sugar man, Street boy, I’ll slip away, Inner city blues...son algunos ejemplos de su sensibilidad musical, tintada de un evidente componente social inmanente a su condición de hijo de inmigrantes pobres en una ciudad muy hostil de los Grandes Lagos.

No se trata sólo de recomendar una película (o documental) o unas buenas canciones, no. Quiero recomendar también un ejemplo de dignidad humana, de humildad llena de talento, de cruda realidad, de honestidad contracorriente. Escuchar el testimonio de las tres orgullosas hijas es, sin duda alguna, lo más emocionante. Si alguien desea que algo inimaginable suceda que vaya a ver esta película documental. Siempre es reconfortante ver que algo imposible ocurra. Nos permite creer en la esperanza, tan esquiva y misteriosa como Rodríguez, a la que imagino tarareando la canción Sugar Man de vez en cuando. 

La tapia

La tapia

 

Discreta fortificación baldía
defensora de una propiedad privada,
privada de todas las sorpresas de la espontánea cotidianeidad.
Censora de luces y voces, recorta el horizonte al más acá,
donde el sol no es más que otra de sus recurrentes marionetas
de ademán sobrio y escaso talento.
Su timidez encalada atrae a paseantes de la soledad,
ofreciendo un descanso o un desahogo o un escondite o una excusa.
La humedad dibuja sus desvelos: testimonios de la realidad que fue y nadie vio. 
El tiempo araña su firmeza envidioso de su radical quietud.
Y el hombre desprecia su serena compañía
convencido de que la única tapia buena es la propia,
la que construye a su alrededor. 
Algunas, las más viejas, han sido testigos de innumerables despedidas.
Trágicas despedidas en las que unos hombres y sus armas
despedían a otros hombres y sus sueños.
Fue lo último que vieron, de espaldas al destino que les apuntaba.
Poderosa metáfora de ese último instante
en el que un hombre no sabe si habrá algo más allá del otro lado de la tapia.
Recibir la mirada espectral de esos condenados
justo antes de una cobarde ráfaga de adioses
ni siquiera es soportable para los verdugos. 
Por eso, cuando caminas a la vera de una tapia,
sientes el escalofrío de aquellos que la miraron una última vez,
tan anegados de miedo como de absurda esperanza,
con los ojos intentando escrutar a través de ella
implorando que se derrumbe tras el fuego final. 

 

La hermenéutica de las despedidas

“Por sus obras les conoceréis”, predican Los Evangelios (Mateo 7. 16). Pues bien, yo sigo otra máxima un pelín menos canónica: “por sus despedidas les conoceréis”. La forma que usa una persona para despedirse de otras indica no sólo su educación, sino también su religiosidad.

Aquellos que se despiden con un simple “adiós” revelan ostentosamente su ateísmo negando la existencia de dios a través de la deicida palabra empleada: el prefijo de negación “a-“ + el lexema metafísico por antonomasia. Además, el adiós es definitivo, absoluto. Quizá no volvamos a vernos nunca más, ni en ésta ni en otra vida, y aprovecha para despedirse una última vez por si efectivamente ésa es la última vez. Por consiguiente, quien así se despide no cree que haya nada más allá de la muerte, ni vida eterna, ni otras vidas o reencarnaciones. El adiós equivale a game over o, al menos, a la posibilidad de que éste exista.

Contrariamente, quien se despide con un “hasta luego” o un “hasta pronto” denota una evidente confianza ¿o debería llamarse fe? en que volvamos a encontrarnos. Así pues, cada despedida es una renovación de esa fe, un salmo cuya loa es la propia eternidad que presupone y anhela a partes iguales.

Sin embargo, no hay despedida más intrínsecamente religiosa que la poco cordial “que te jodan”, versión moderna del “creced y multiplicaos” (Génesis 1. 28), que invita a procrear y poblar la Tierra con la simiente pecadora del denostado despedido. De este modo, el pecado (la ira del que despide) lleva su correspondiente penitencia (el alumbramiento de descendientes del desventurado despedido, en principio igual de despreciables que éste). Esta visión de purgar los propios pecados mediante el sacrificio terrenal a beneficio de una incierta salvífica eternidad forma parte del tuétano de la religiosidad. 

En definitiva, cualquier despedida revela de forma inequívoca el sentir religioso más íntimo de la persona que despide, lo cual nos permite diferenciar clarísimamente entre aquellos que vivirán eternamente en el cielo rodeados de ángeles y arcángeles de aquellos que arderán en el infierno de la fornicación, la lujuria, la ira, la gula y demás estupendas aficiones del ser humano.

Bueno, hay un caso, un repugnante y cada vez más recurrente caso de despedida en el que es imposible discernir entre luz y tinieblas, entre fe y agnosticismo o ateísmo, entre sí o no: el flácido y vacuo “Pues nada, ya hablamos”. ¡Oye, hijo de la gran perra! Llevamos más de dos horas hablando juntos, ¿qué cojones significa eso de que “ya hablamos”? ¿Se puede saber qué hemos estado haciendo estas dos últimas horas? Esa puta frase, ¿es una aseveración? ¿una conclusión? ¿un epílogo? ¿acaso un regüeldo de tu oligofrénica mente? ¡Vete a tomar por el culo! que es como “que te jodan”, pero sin descendencia; o sea, sin penitencia y, por consiguiente, sin arrepentimiento. En fin, se trata de personas que, aun despidiéndose de forma fútil, provocan que el resto nos posicionemos claramente por uno de los tipos de despedida: el “adiós”, para evitar a toda costa una eternidad compartida con semejantes gilipollas. 

Las flores de la guerra

Las flores de la guerra

Zhang Yimou nos regala una bella historia de sacrificio y entrega en medio de la devastación causada en la toma de Nankín por el ejército japonés a finales de 1937. Los 90 millones de dólares que costó realizar la película se gastan casi en su totalidad durante los primeros veinte minutos, donde la astucia y valentía de un soldado chino recuerdan mucho al Vassili Zaitsev de "Enemigo a las puertas". Las dos horas restantes son una cuenta atrás para conseguir salvar a unas estudiantes preadolescentes de un convento católico de ser entregadas a las tropas japonesas para su lúbrico solaz. 

Hemos de recordar en este punto que los japoneses no se conformaban con disfrutar de prostitutas, sino que esclavizaban sexualmente a las mujeres como parte del botín de guerra fruto de sus conquistas militares. Corea puede dar fe de tan funestas costumbres. 

Así pues, en la iglesia de Winchester de Nankín se refugian un grupo de jovencísimas estudiantes chinas acompañadas de un también imberbe monaguillo, un grupo de prostitutas del más famoso burdel de la ciudad y un americano alcohólico que ha acudido a maquillar al cura de la iglesia reventado por una bomba japonesa antes de ser enterrado. Este papel lo encarna Christian Bale de forma magistral, cuya ecléctica carrera ha alumbrado buenísimos papeles desde que saltara a la fama en "El imperio del sol".

Lo que sucede a partir de entonces es de una tensión insoportable y de una belleza sobrecogedora. Al principio, la dogmática candidez de las estudiantes choca frontalmente con la displicencia y grosería de las prostitutas. La dipsomanía del americano revela todas sus miserias y lo enfrenta al juicio implacable de unas y otras. Pero cuando todos toman conciencia de lo que va a suceder, sobre todo, los mayores (las alegres chicas y el americano), surge un sentimiento puro e inmanente que convierte a la película en una poesía cuyos versos enaltecen el espíritu humano: la generosidad absoluta encarnada en el sacrificio propio, el agradecimiento sordo y profundo que permanece indeleble en las almas de las que han sido salvadas por las que han ofrecido su carne al hierro candente de la bestialidad humana, el ímpetu primigenio de un padre que intenta salvar a su hija saltándose todos los dictados moralmente aceptables sólo porque no hay nada más moralmente aceptable que salvar a una hija, y el resplandor de un hombre fuera de tiempo y lugar que se niega a ser arrastrado por la corriente de la barbarie y mirar cómodamente hacia otro lado cuando se trata de los demás.

En definitiva, un analgésico ontológico potentísimo y esperanzador en estos tiempos que corren de miseria humana y cínico egoísmo. 

La noche

La noche

 

Torrentes de silencio inundan sus valles
iluminados por candiles estrellados.
Vientos de hojarasca enturbian sus horas,
que se suspenden indefinidamente  con el último parpadeo.
Pero ella permanece solícita e imperturbable,
abrazando por igual a quien la ama y a quien la teme.
 
Paseantes escupidos por la vigilia deambulan su condena,
nictálopes hartos de creer buscan la verdad al doblar la esquina,
criaturas noctámbulas regurgitan las vivencias del día
gracias a las bellas y esclarecedoras paráfrasis de la noche.
Adictos nochosos compran sus sueños a dealers piadosos,
mujeres vacías de besos venden placeres sin nombre
a hombres llenos de soledad que repiten obsesionados un nombre.
 
La realidad se desvanece, se disfraza de sueño:
el antílope caza, el león huye;
el hombre languidece, la naturaleza habla, clama y hasta invierte en renovables;
el sol se resfría, la luna decide la noche a mediodía;
la verdad se enamora de la mentira, la mentira le corresponde de verdad.
 
El verbo soñar, ¿existe en presente?
¿Acaso alguien consiguió alguna vez conjugar un sueño?
Probablemente sí, pero seguro que no volvió para compartirlo.
Entre tanto, nos conformamos conjugando despiertos su futuro
y evocando con envidiosa nostalgia su pasado dormido.
 
A veces, sólo a veces, la noche acaba;
entonces, alumbra una vieja y luminosa y cansina y estúpida pesadilla:
otro día, otro de esos días de sombras tácitas y engañosas
en el que el crepúsculo no acaba de desperezarse nunca,
avergonzado de lo que ilumina sin pasión ni ayuda.
Se suceden claroscuros, abstracciones y dudas enfáticas.
Avanza el día a paladas, entre pesadas obligaciones contumaces.
Afortunadamente, el atardecer impone sus cacofónicas exhortaciones sibilantes
sirviendo en bandeja de frágil cerámica el mejor de los dulces: la noche.

 

El dinero en The New Yorker. La economía en viñetas

El dinero en The New Yorker. La economía en viñetas

Extraordinaria recopilación de humor gráfico de la prestigiosa publicación norteamericana. Este libro nos deleita con una selección de las mejores viñetas relacionadas con temas económicos publicadas desde 1920 hasta 2009 en The New Yorker. Más allá de su punzante ingenio y de su interesante repaso a casi un siglo de Historia, con el dinero como hilo conductor, lo más atractivo del libro es la asombrosa atemporalidad de la mayoría de viñetas. La irresponsabilidad, la codicia, la envidia, la fatuidad, la vanidad, la avaricia, la deshonestidad...y demás miserias de la condición humana se materializan a través del dinero y, sobre todo, de la voluntad de atesorarlo, incrementarlo y exhibirlo indecentemente. 

La recopilación está dividida en décadas, para cada una de las cuales he escogido una genial viñeta (entrecomillo el texto después de la descripción del dibujo):

Años 20: Cuatro chicas critican a poca distancia a un chico que fuma afectadamente en un exclusivo club de polo. "No tiene derecho a parecer tan tonto, ¡tampoco es tan rico!"

Años 30: Detrás de la mesa de un despacho un ejecutivo le dice a su secretaria: "Señorita Apgar, aquí decimos ’recesión’, no ’depresión’."

Años 40: Un directivo perfectamente trajeado le explica condescendiente a un empleado en mangas de camisa: "Mírelo de este modo, Simpson. Si usted pide un aumento de sueldo, le está pidiendo a nuestros accionistas que reduzcan su beneficio."

Años 50: En el comité de dirección de una empresa discuten acaloradamente siete directivos. "Resumiendo: no hemos tenido una huelga en diez años, así que les hemos estado pagando demasiado."

Años 60: En una agencia estatal de Tributos, un contribuyente pregunta a un funcionario: "¿Cómo hay que hacer para meter la pata tanto que el gobierno se conforme sólo con un porcentaje de lo defraudado?"

Años 70: Un empleado de una oficina bancaria le da un apretón de manos a un cliente a modo de despedida. "Es a las personas como usted, señor Evers, que viven constantemente por encima de sus posibilidades y no dejan de endeudarse, a las que nuestro sector les estará eternamente agradecido."

Años 80: Dos ricachones septuagenarios conversan plácidamente en la sala de un club social de alto copete, mientras beben y fuman. "Gracias a Dios, todos los cabezas de chorlito con un poco de pasta han vuelto a especular en el mercado."

Años 90: El responsable de RRHH de una empresa entrevista a un candidato. Ambos con sus mejores trajes. "Pasé siete años en una compañía de inversión de primer nivel y un año y medio en una institución penitenciaria de altos vuelos."

Primera década del siglo XXI: Una estupenda pareja de treintañeros está de pie en una fiesta, mientras otra estupenda pareja de la misma edad se les acerca. La mujer de la primera pareja le pregunta con total naturalidad a su marido: "Se me olvida siempre: ¿estos amigos son de esos ante los que fingimos ganar más de lo que ganamos, o menos?"

Y la guinda, la mejor de todas. Por su brillantez y porque sirve de síntesis de todas las demás: Durante la comida de una distinguida familia, el padre, de unos sesenta años y con una elegante pajarita medio escondida tras una ridícula servilleta prendida al cuello, sermonea al resto de la familia con un acerado aforismo: "El dinero es el boletín de notas de la vida." Sencillamente sublime. 

Érase una vez otra vez o tal vez

Otro año se apaga
y uno nuevo asoma inevitable.
¿Qué nos traerá? Más de lo mismo.
Los calendarios son como la leyenda de Sísifo:
incesante esfuerzo sin logro alguno.
La mayoría sigue su destino con la piedra a cuestas.
Algunos se apean por cansancio o por rebeldía.
Y sólo unos pocos héroes mandan la piedra al carajo e intentan escalar otras cumbres.
 
En Nochevieja, cuando las pomposas campanadas,
pasaremos lista: algunos faltarán y les regalaremos doce lágrimas,
otros dirán "¡Presente!" y les desearemos doce calamidades,
porque la bondad navideña sólo está presente en su repugnante publicidad,
no en la indignada y abrupta realidad.
Como siempre, haremos el cursi con las uvas.
Pudiendo dar doce besos, once insultos,
diez abrazos, nueve pérfidos deseos,
ocho agradecimientos, siete condenas,
seis "te quieros", cinco "muéretes",
cuatro polvos, tres confesiones,
dos sorpresas y un acaso...
¡Feliz año a ti, a ti y a ti!
Pero a ti, a tú y a "ta" que os jodan.
¿Rencor? ¡En absoluto! Es cuestión de buen gusto. 
Además, nada hay más honesto que el lacerante rencor.
 
Las derrotas del año viejo se convierten en nuevos retos del año nuevo,
que volverán a ser derrotados fácilmente;
las promesas incumplidas del año viejo se disfrazan de renovadas esperanzas del año nuevo,
que volverán a ser incumplidas irremisiblemente;
los gilipollas del año viejo seguirán siendo los mismos gilipollas año tras año,
certeza que nunca cambia.
Afortunadamente, las risas del año viejo se convertirán en sonrisas del año nuevo, 
que traerá nuevas y diferentes risas;
las sonrisas del año viejo se convertirán en agradables recuerdos del año nuevo,
que recordará viejos recuerdos y sembrará otros nuevos.
Y, claro ¡cómo no!, el licor.
El licor regó de buenos momentos el año viejo
y volverá a empaparnos de franca alegría el año nuevo con su graduada lealtad. 
 
La fe en el año nuevo es la fe de los conversos: impostada.
Las ilusiones del año nuevo son los modales de los nuevos ricos: fatuos.
Los días del año nuevo son los mismos que los del año viejo: trescientos sesenta y cinco.
El año nuevo es una nueva toma del año viejo: maqueta 2013 a.D.
A ver qué tal actuamos.   

 

El hombre espejo

El hombre espejo

 

Nadie quiere al tal Spiegelmann,
todos le ofrecen sus indiferentes espaldas;
sus miradas de desprecio o de miedo,
nunca directas, siempre de soslayo;
insultos apenas balbuceados,
presagios nada halagüeños.
 
Pero, ¿quién va a querer a semejante monstruo?
Al chivato de nuestros horrores,
al reflejo de nuestros demonios.
Ese yo que escondemos en lo más profundo,
avergonzados de su viscosa fealdad.
 
La peor de las criaturas,
la más honesta y pura,
que alberga en su radical franqueza
las miserias y los pecados de los demás,
soportando la penitencia de todos abnegadamente,
sin quejas, sin qué hay de lo mío,
en discreto silencio.
Un ejemplo insoportablemente insultante de virtud.
 
Pasea la realidad y, para mayor escarnio, la refleja.
En ocasiones, se muestra esquivo y opaco,
como cuando el sol timidea difuminado tras las nubes,
harto de acarrear las culpas de otros.
Mas, por lo general, se revela encontradizo y diáfano,
cumpliendo su misión acusadora con denuedo.
 
El tal Spiegelmann, ese monstruo,
con sus millones de cristales de conciencia,
vende su identidad a cambio de un compromiso:
que cada uno coja su cristalito.
El precio de su desnudez es nuestra propia desnudez.
 
 
Seguimos todos vestidos. Menos mal.

Maus. Relato de un superviviente

Maus. Relato de un superviviente

La novela gráfica "Maus" de Art Spiegelmann es uno de los mejores testimonios del lager que he leído. No tiene absolutamente nada que envidiar a obras como las de Primo Levi, Viktor L. Frankl, Jean Améry o Imre Kertész. El autor, nacido en 1948, hijo de padres judíos polacos que padecieron todo el proceso de hostigamiento, persecución y exterminio de los nazis, narra, con el original formato para esta temática de un cómic, aquellos ignominiosos pasajes históricos a través de los recuerdos de su padre Vladek. 

La historia está muy bien tejida porque no se centra únicamente en la vida en el gueto y en Auschwitz-Birkenau, sino que ahonda en los orígenes familiares de sus padres y en la historia de ambos. El dibujante sitúa la historia en tres planos temporales: los continuos flashbacks al pasado (década de los treinta y la guerra), las conversaciones con su padre a principios de los ochenta en las que éste le detalla todo lo vivido y sufrido, y la "actualidad" (finales de los ochenta), una vez el padre ya ha fallecido y el autor está finalizando los últimos capítulos del libro. 

Además, hay un componente personal indisimulado en el libro, ya que intenta rendir tributo al padre, evocando sus duros años de juventud, en los que nos presenta a un hombre triunfador en los negocios, absolutamente enamorado de su mujer y con una sagacidad fuera de lo común para sobrevivir entre el infierno del holocausto; en comparación con el viejo gruñón, insoportable y con el que apenas conecta desde hace años. De otra parte, se suma a la historia la tragedia del suicidio de la madre cuando el autor tenía 20 años, hecho que ni el padre ni el hijo han conseguido superar, y la muerte de su hermano mayor, al que nunca conoció, con apenas cinco años durante la persecución nazi. Así pues, la sensibilidad y la emoción con la que cuenta el autor la vida de sus padres en esos terribles años es digna de admiración. 

Hay un último punto, quizá el más efectista y bien hallado del libro, que pone la guinda a esta magnífica obra: el uso de animales como metáfora de los personajes. Porque presentar a los judíos como ratones perseguidos por los gatos alemanes, con la connivencia de los cerdos polacos, a los franceses como ranas, a los americanos como perros (obvios liberadores de los gatos alemanes) y a los suecos (donde huyen en 1946 antes de emigrar definitivamente a EEUU) como renos es extraordinariamente brillante. 

Un libro muy recomendable, ganador del premio Pulitzer en 1992. 

Oscilaciones

Tedio / Bostezo / Siesta / Lectura / Idea / Motivación / Interés / Satisfacción / Sorpresa / Repetición / Aburrimiento / Asco / Enfado / Ira / Vacío / Oscuridad / Tregua / Oportunidad / Ilusión / Erección / Pasión / Eyaculación / Nostalgia / Apatía / Temblor / Tristeza / Hundimiento / Recuerdo / Sonrisa / Imaginación / Sueño / Consecución / Duda / Culpa / Hiel / Excusa / Olvido / Conmiseración / Novedad / Ganas / Huella / Pensamiento / Alegría / Plenitud / Verbigracia / Imitación / Nadería / Extrañeza / Acaso / Oportunidad / Realidad / Fascinación / Éxtasis...y vuelta a empezar. 

Holy motors o el indescifrable mensaje de algunos cineastas

Holy motors o el indescifrable mensaje de algunos cineastas

La película Holy motors es una de las películas más extrañas que he visto. No es desagradable, ni aburrida, ni siquiera ostentosamente pedante; pero al acabar piensas: ¿qué cojones quería transmitir el director? Porque el mensaje oficial de Leos Carax, un mundo en el que las personas pierden el gusto por la acción e incluso las máquinas no se revelan evidentes, sino que todo parece pertenecer al mundo virtual imperante, es tan verosímil como que el filme es un alegato contra el acomodado burgués hastiado de la cotidianeidad o, simplemente, un ejercicio provocador de fatuidad cinematográfica.

Sales de la sala preguntándote: ¿me han tangado 115 minutos o he asistido a una propuesta diferente y sugerente? Evidentemente, no sé la respuesta. De hecho, creo que ninguno de los incautos espectadores la saben. En cualquier caso, me es indiferente. El problema radica en la caradura de este tipo de cineastas, que sustentan su fama en el equívoco, en una supuesta superioridad intelectual y en una hipersensibilidad desnortada e impostada inasible para el resto de mortales, que se arrodillan ante el supuesto genio en lugar de desenmascararlo. 

Ahora bien, he de reconocer algún mérito al director francés, porque convencer a dos pibones como Eva Mendes y Kylie Minogue para que salgan en su película es de chapeau. ¡Olé tus huevos, Leos! ¿Cómo lo conseguiste? Imagino algo así:

Leos: Hola chicas (aunque para él son diosas, claro, como para el resto), tengo un papel para las dos en mi próxima película. La he escrito pensando en vosotras. Mientras escribía, tenía vuestra imagen en la cabeza y no podía dejar de miraros. No sé, la inspiración me venía sola y la historia fluía sin parar. Fue algo mágico, la verdad. Sin vosotras dos no tiene sentido rodar Holy motors.

Eva y Kylie, al unísono y con los ojos como platos: ¡¿Holy motors?!

Leos: Sí, bueno...es una peli que narra la belleza del gesto, intenta captar cómo un solo instante vale tanto como toda una vida. Ya sabéis, algo profundo y a la vez naif

Eva: ¡Qué pasada! ¡Me encanta! ¿Cuándo empieza el rodaje?

Kylie: ¡Cool! ¡Cuenta conmigo, Leos! Estoy loca por actuar en tu peli.

(Las tías buenas del show business se pirrian por parecer alternativas participando en este tipo de proyectos rocambolescos)

Leos: Vaya, ¡genial, chicas!

Eva y Kylie: ¿Y cuál será nuestro papel?

Leos: Bueno...para ti, Eva, he pensado en un papel de modelo fría y distante que es raptada por una especie de Toulouse-Lautrec harapiento y tarado que te viste cual Virgen María afgana y se tumba desnudo y empalmado a tu lado.

Eva: ¡Guau! ¡Qué pasada! Es tan...tan...tan...raro. 

Leos: Por cierto, no te preocupes por los diálogos, no tendrás que decir ni una palabra. Únicamente gimotear una especie de nana.

Kylie: Y para mí, ¿qué has pensado, Leos?

Leos: Tú, querida Kylie, canturrearás cinco minutos al lado del repugnante protagonista y, después, aparecerás espachurrada en el asfalto.

Kylie: ¡Increíble! ¡Qué fuerza tiene el personaje! ¡Es alucinante! 

Leos: Pues nada, chicas, ya os llamarán de la productora para concretar los detalles. Gracias a las dos. ¡Mua, mua!

Leos pensando para sí mismo nada más despedirse: Joooder, joooder. Han dicho que sí. ¡Menudas dos gilipollas! Ya tengo película, ya tengo película. A ver quién es el productor que dice que no a estas dos. ¡Vivaaa!

En fin, hay películas que difícilimente pueden explicarse. Holy motors es una de ellas. Aunque a lo mejor no todo ha de tener una explicación... 

Máquina de vending

Máquina de vending

Pollita introduce una moneda de euro y elige el producto 32. Espera unos segundos y no cae nada. Se cabrea, golpea la máquina con rabia y pulsa el botón de devolución de monedas sin éxito. Poco después, cuando está jurando en arameo, se da cuenta del pilotito rojo parpadeando y del mensaje en la pantallita: “El producto Amazingly Small Condoms está agotado. Por favor, seleccione otro producto”. Pulsa nervioso el número 33 y oye el “clonc” del producto al caer sobre la bandeja dispensadora. Abre la trampilla y recoge el paquete. Al instante exclama: “¡Mierda!” mientras lee en el paquete “Standard Condoms: 2 units”.

Pollita corre a casa y le pide a mamá Polla: “Mami, haz el dobladillo a este par”. “Vale, hijo. Después de la cena te lo hago” – responde mamá Polla sin quitar la vista del potaje que está cocinando. “¡No, ahora!” – grita Pollita visiblemente alterado y tieso como un palo. “Desde luego, qué carácter tienes, hijo mío. Espera un minuto y te lo hago” – contesta la madre con tono tranquilizador.

Transcurridos veinte minutos, Pollita se prueba el condón arreglado por su madre, pero no le gusta. Muy enfadado exclama: “¡¿No ves que parece un bombacho?! ¡Se van a reír de mí!” Mamá Polla, suspira y con su mejor intención le explica a su hijo: “Es mejor que te vaya holgado. A las chicas les encanta ver que no eres uno de esos que van a lo que van”. Pollita, iracundo y descapullado, chilla: “¡Mamá, soy una polla! ¿Qué crees que esperan de mí las chicas?” La madre, resignada, coge de nuevo el condón y con un par de puntadas lo deja bien ceñido. Pollita, tan contento como empalmado, se lo pone y con una enorme sonrisa en el meato le pregunta a su madre: “Mami, ¿estoy guapo?” “Sí, hijo, sí… ¡Suerte! Y no vuelvas tarde” – responde mamá Polla dando vueltas al potaje. 

Un padrenuestro escéptico

Sí, lo sé. La idea no es mía, es de Benedetti. Aunque a mí se me hubiese ocurrido igualmente. 

 

Padre Nuestro que no estás en la tierra

ni en muchos de los que la transitamos

ni en los que dicen creerte.

Tampoco te esperamos, la verdad.

Quédate en tu cielito lindo,

rodeado de las lisonjas de los ángeles y los arcángeles.

 

Olvidado sea tu nombre

como las súplicas que te reclaman invocándolo.

¿Cómo puedes no contestar nunca?

Tan omnipotente, tan bueno...tan silencioso.

 

Mantente dentro de los límites de tu reino,

porque cada vez que los cruzas...¡ay!

cada vez que cruza esa cancela uno de tus santurrones,

se ciernen sobre nosotros negros nubarrones.

 

Hágase mi voluntad ahora y siempre.

Y la de todos los que me rodean.

Ya nos pelearemos por ver cuál se impone.

No te preocupes. No nos salves.

 

De panes, peces y otros milagros,

mejor no hablamos.

Del trigo y del milagroso molino

haré mi pan. 

Con mis manos, mi ingenio y mi paciencia.

 

Perdona mis fundadas dudas,

pero es que jamás has intentado despejármelas;

así como yo perdoné hace mucho tiempo tu olvido conmigo.

 

Por supuesto, déjame caer en la tentación.

Sin ella, no existen la virtud ni el pecado.

Ocultando su belleza tras sugerentes vestidos

o mostrando su ardiente desnudez. Da igual.

Quiero caerme abrazado a ésa y a todas las tentaciones.

 

Y no te pido que me libres de cualquier mal

porque a lo mejor me alejas de un bien.

 

Amén.  



Erección

Amanece enérgica, cargada de motivos, hinchada de emoción.
Madruga más que el sol y calienta como tal.
Con su saludo firme, desafía costuras, ropajes y vergüenzas.
Siempre de frente, con la desobediente franqueza por delante.
Orgullosa y cimbreante, se muestra altanera y retadora,
como diciendo: ¿a ver quién es la guapa (o guapo) que consigue abatirme?
 
Su desbocada fogosidad, si no se azuza, languidece.
Mengua por olvido o por cansancio, mas siempre apenada.
Porque un pene flácido es una pena, o una penita, según el caso.
Porque una erección es una invitación, un reflejo o un acaso,
pero siempre, siempre es una celebración.
 
Padece la obsesión compulsiva de la bulímica,
aunque su vómito es gozoso, extático, festivo.
Sus resacas son ligeramente embotadas y premeditadamente breves,
casi tan fugaces como los relampagueantes orgasmos que las ocasionan.
 
Con la recurrencia de las mareas y la impuntualidad de los deseos,
aparece erguida y lúbrica tañendo las lascivas campanas de la pasión
y se despide melancólica y coqueta recogiéndose en su abrigo de piel.