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lasnochesdeMcNulty

actualidad

rabioso presente que desdeña tanto el pasado como el futuro, sublimando lo efímero del momento sin valorar las posibles consecuencias ni hurgar en las causas. Todo presente, como pasado inmediato que es (o inmediatamente será), queda automáticamente relegado en pro del nuevo momento presente ad infinitum; de tal modo que el pasado se desvanece y el futuro simplemente no existe.


resurrección

sorprendente vida adicional que excepcionalmente ofrece el juego de la vida. Apenas se conocen algunos casos: Jesucristo, John Travolta y Bankia.


[Siguiente]

botón de infinito de las aplicaciones informáticas. Aun cuando se muestran previamente los diferentes pasos o una barra de progreso, la angustia del usuario ante la percepción de infinitud del proceso que está acometiendo es tal que al llegar al anhelado ‘Finalizar’ o ‘Cerrar’ piensa que ha vuelto a pulsar ‘Siguiente’, quedando desconcertado e inquietantemente dudoso de que todo haya acabado de forma satisfactoria.


True detective

True detective

El último éxito de HBO en series es de una calidad extraordinaria. True detective no sólo narra una sórdida historia de asesinatos rituales desentrañando magistralmente la trama a pesar de los continuos flashbacks, sino que la ambientación en Luisiana, la fotografía crepuscular y la música seleccionada acompañan a la serie a la perfección. Además, la figura de Rust, encarnada hipnóticamente por Matthew McConaughey, emerge soberbiamente con una actuación memorable de un personaje que se convertirá con el tiempo en uno de los iconos de las series de televisión. Tras sus papeles en “Mud” y “Dallas Buyers Club”, por la que recibió el Oscar, el de Rust Cohle avala una carrera reinventada como actor que nos brinda todo su talento interpretativo, oculto tras ese atractivo físico que sostuvo su filmografía durante veinte años. Matthew McConaughey desarrolla un personaje atormentado, siempre a un paso de la locura, pero sin llegar a cruzar esa frontera que, sin embargo, consigue centrar toda su cordura y sagacidad en su labor como investigador de homicidios. La contención de Rust, sobre todo, en su gestualidad y en su mirada insondable es magnífica.

Nic Pizzolatto (autor del guión completo y showrunner de la serie) hilvana una truculenta historia trufada de diálogos brillantes y reflexiones nihilistas, sublimada en las conversaciones que mantienen Rust y Marty (Woody Harrelson) en el coche. La tensión de muchas de las escenas es brutal, incluso están cargadas de una violencia latente que estalla inesperadamente en ocasiones y se diluye, también sorprendentemente, en otras. Otro mérito indudable del creador de la serie es lo bien construida que está, teniendo en cuenta los saltos temporales y los diferentes roles que desempeñan los dos detectives. Desgrana inteligentemente el nudo de la historia, sin giros repentinos, de forma progresiva y cabal, avanzando poco a poco en el caso, descubriendo y relacionando antiguos crímenes, encontrando nuevos indicios e investigando posibles pistas.
El papel de Marty, contrapunto de Rust, también está representado extraordinariamente por Woody Harrelson. Astuto policía, bebedor y mujeriego, confronta su elocuente simpleza a la tortuosa y brillante mente de Rust. El recelo y desconfianza iniciales van dejando paso a una cierta admiración, que se va viciando de hastío con el paso del tiempo hasta el inevitable conflicto. En cualquier caso, es un placer disfrutar de las escenas protagonizadas por ambos.

La banda sonora que acompaña a la serie es igualmente magnífica. La música seleccionada es perfecta en todo momento. Aunque la canción de la cabecera (“Far from any road” del grupo The handsome family) es buenísima y sin duda abandera la calidad del conjunto, ninguna de las canciones que aparecen a lo largo de los ocho capítulos le va a la zaga.

La atmósfera de la serie es igualmente turbia. Está rodada en la pantanosa Luisiana, en lugares medio abandonados y decadentes. La fotografía es de una luminosidad engañosa, la típica de los ocasos de verano en los que la tarde se adentra en la noche con cielos cobrizos y azul cobalto. Muchos planos se van abriendo poco a poco hasta mostrar una naturaleza salvaje y malherida que se proyecta hacia el infinito, hacia una inmensidad melancólica. Incluso los personajes secundarios (prostitutas, policías, delincuentes) son oscuros y deprimentes, productos de la fealdad y la pobreza de la marginalidad.

Sólo tiene una pega True detective: sus últimos cinco minutos, que son la deuda a pagar por querer dejar una vía abierta a una segunda temporada. Cuestiones de la productora, no de los autores, imagino. Una pena, pero en cualquier caso disculpable, ya que las 7 horas y 55 minutos anteriores son una obra maestra.

documental

reportaje que habitualmente mostraba interesantes aspectos de la naturaleza, la historia, la cultura o los viajes, con el que podías disfrutar aprendiendo de forma relajada al ser emitidos a horas que invitaban al sueño. Actualmente, invaden la parrilla televisiva a cualquier hora en versiones agresivas y soeces de los temas más rocambolescos que puedan imaginarse consiguiendo encabronar y embrutecer al telespectador. Este género ha formado parte de mi educación, por lo que me apena profundamente su degradación. Es como si los profesores del colegio de los que guardo un grato recuerdo se hubiesen convertido en pervertidos pederastas y proporcionasen drogas a sus alumnos. 

meteorólogo

adivinador profesional del tiempo que en lugar de cartas, huesos o poso de café usa mapas y extrañas líneas llamadas isóbaras (del prefijo “iso-“, que significa igual, y el lexema “bara”, que significa trola) para sus erróneas predicciones. 


La Décima

La Décima

La consecución de la Décima conlleva dos efectos enormemente positivos a corto y medio plazo para el Real Madrid, más allá del evidente éxito del triunfo en sí: la obsesión que el club vivía desde hace doce años, muy especialmente en la figura de su presidente plenipotenciario, desaparece de un plumazo, lo que debería conllevar un cierto sosiego institucional que permita trabajar tranquilamente en un proyecto deportivo tan ilusionante como el de la actual plantilla; el número, la Décima Copa de Europa, es tan simbólico e icónico que esta victoria hace trascender al club, ya que ningún otro ha conseguido, ni es previsible que a medio plazo ningún otro lo consiga, semejante cantidad de títulos en la competición de clubes más importante del mundo. El Real Madrid es otra cosa. Reafirma su pátina de leyenda que, independientemente de las filias y fobias que despierta un deporte tan apasionado como el fútbol, lo hace excepcional, envidiable, admirable. El famoso cántico, recientemente renovado gracias a la victoria ante el Atlético, “¿Cómo no te voy a querer si ganaste la Copa de Europa por décima vez?” es extrapolable a cualquier aficionado al fútbol. Los seguidores del Madrid entonamos orgullosos el verbo “querer”, mientras los desafectos o incluso los más enconados rivales usarán en su lugar los verbos “admirar” u “odiar”, pero siempre con el evidente hecho de las diez Copas de Europa que dan brillo a su palmarés.

Además, la forma en la que se consiguió fue digna de toda la mitología que rodea al Real Madrid. No se trató de un ejercicio funcionarial de cómoda victoria, sino de una épica remontada iniciada in extremis con ese soberbio cabezazo de Sergio Ramos, el jugador que mejor encarna el espíritu ganador y la resistencia ante la derrota del madridismo. Hasta su punto de chulería es inherente a los valores del club.

Ganar diez finales de trece no es casualidad. Es un porcentaje demasiado elevado como para remitirse únicamente a la suerte, aunque ésta siempre juegue un caprichoso papel. Rematar un córner en el minuto 93 alzándose desde el punto de penalti y conectar un certero cabezazo a la base del poste de la portería contraria no es en ningún caso una cuestión de suerte. Es no querer perder, es voluntad de seguir adelante hasta el último instante, es fortaleza física, es calidad técnica, es entrenamiento incansable, es…un sumatorio de causas que buscan un objetivo: ganar. Ganar diez de trece finales disputadas de la Copa de Europa. Una barbaridad sólo reservada a un equipo mítico, a una camiseta que insufla ánimos a los que se la enfundan del mismo modo que intimida a los que se enfrenta en los momentos cumbre de este deporte. Por eso Sergio Ramos busca el centro de Modric con esa determinación. Por eso el aguerrido Godín pierde la marca en el momento más inoportuno ante la involuntaria pantalla de Morata y Tiago llega tarde a cubrir a su compañero. Por eso Di María, cumplido el minuto 110 de partido, inicia un imparable eslalon en el centro del campo que remata con el alma y el rechace es ejecutado con la cabeza por el hasta entonces errático Bale. Porque el Madrid es otra cosa, algo muy cercano a un mito, un equipo que juega con el viento de su historia a favor.


redes sociales

trampa moderna de la que es muy difícil escapar. Las técnicas de pesca de estas redes apresan enormes bancos de atolondrados usuarios en los mares de internet para luego venderlos en la lonja de la globalización. Curiosamente, los grandes balleneros de esta pesca virtual (Facebook, Twitter, Instagram...) gozan de una excelente reputación y no adorarlos hasta la náusea supone casi una herejía.

juzgado

almacén de papeles agrupados en tomos de diferentes casos en el que un juez y unos funcionarios judiciales trabajan con las condiciones de hace treinta años. Y después nos quejamos de que la Justicia sea lenta. Vamos, como si le pidiésemos a un niño que ganase con su triciclo al Ferrari de Fernando Alonso. Nuestros políticos son tan taimados que escamotean recursos al único poder que no controlan totalmente.

taza

prueba de la teoría de la evolución de Darwin. En este caso de la evolución del menaje de hogar. El vaso, a lo largo de años y años de evolución, desarrolló una oreja hasta convertirse en taza para poder escuchar las conversaciones de quienes lo usaban para beber. No sé para qué viajó tanto Darwin; bastaba con estar atento al té de las cinco.

Nighthawks (Edward Hopper, 1942)

Nighthawks (Edward Hopper, 1942)

Esta pintura representa perfectamente el estilo paradójico de Edward Hopper. La luminosidad, incluso en la escena nocturna de Nighthawks, está siempre presente, así como una cierta amplitud de campo. Muestra escenas cotidianas abiertas, aparentemente simples, que transmiten una agradable tranquilidad relajante que te atrapa en primera instancia gracias a su sobria parquedad. Sin embargo, transcurridos unos segundos, cierto desasosiego empieza a invadirte y sacudirte. La soledad se hace presente de forma evidente y el equívoco siempre emerge en cualquiera de sus cuadros. Los personajes que retrata son impenetrables, en cierto modo claustrofóbicos, como en los casos de “Habitación de hotel”, “Sol de la mañana” o “Excursión a la filosofía”. Se hace imposible saber qué piensan o qué relación tienen. Puedes conjeturar una cosa y la contraria. En esto radica precisamente la clave de su obra: a través de una pintura aparentemente simple y visualmente muy efectista capta al espectador provocándole una sonrisa de aceptación, al principio, y una mueca de asombro y conspicua duda, más tarde.

Posiblemente, la contención de sus obras refleje su origen puritano, el de esos hombres y mujeres llegados de Europa e instalados en el noreste estadounidense que a lo largo de generaciones vivieron bajo el rigor de sus creencias religiosas de forma austera y tradicional. Esa discreción le acompañó durante toda su vida, permitiéndole mantener una línea sólida y coherente a lo largo de toda su obra artística. Empezó siendo uno de los artistas abanderados en la inauguración del MoMA en 1929. Sin embargo, veinte años después el museo había cambiado radicalmente de tendencia apostando por artistas como Jackson Pollock. A pesar de ello, su reconocimiento ha pervivido a través de los vaivenes estilísticos de las diferentes corrientes del arte moderno, en ocasiones tan dudosas como fatuas.

Hay un motivo adicional por el que he escogido Nighthawks para hablar de Hopper: el cuadro parece sacado de un stroryboard de la serie Mad Men, con Don Draper y Joan Holloway sentados en la barra esperando a que el camarero les sirva un Old Fashioned. Aunque en realidad esta coincidencia denota la genialidad de dos artistas, Edward Hopper y Mathew Wiener, que a través de sus obras, pintura y cine respectivamente, consiguen captar y transmitir la realidad de una época con maestría.


sinécdoque

Pirueta literaria que confundiendo intencionadamente el todo con la parte nos muestra la belleza y la utilidad de la metonimia en el lenguaje.

curling

el más absurdo de cuantos deportes absurdos han existido jamás.  Como los deportes de invierno son para ricos, éstos buscaron calmar su mala conciencia ideando un juego para su personal de limpieza en el que pudiesen explotar sus dotes con la escoba y el abrillantado del suelo. Por cierto, la traducción de “curling” al español es “vergüenza ajena”.

legaña

defensa natural ante el odioso acto de madrugar, cuya viscosidad anticipa y mimetiza lo que hay al otro lado del sueño.

Relatos de Kolimá. Varlam Shalámov. Ed. Minúscula

Relatos de Kolimá. Varlam Shalámov. Ed. Minúscula

La obra de Shalámov está dividida en seis volúmenes. Los cinco primeros recogen los relatos de sus vivencias en el Norte, en el gulag, estructurados según el orden original establecido por el propio autor. El último, inédito en esta colección de la editorial Minúscula en castellano, reúne una serie de ensayos. Este magnífico testimonio fue originalmente publicado en Londres en 1978, apenas cuatro años antes de la muerte del escritor.

 Los relatos no siguen un orden cronológico ni están agrupados por temáticas concretas. De hecho, podría leerse uno o la totalidad de ellos sin necesidad de la lectura del resto para poder entenderlos. Simplemente, narran diferentes experiencias (la mayoría vividas en primera persona) a lo largo de veinte años de cautiverio: los dos primeros a finales de la década de los años 20 y el resto desde el terrible año 1937 hasta la muerte de Stalin y la posterior rehabilitación de los presos.
 
En algunas ocasiones, Shalámov se repite y vuelve sobre historias ya contadas, lo cual tiene su explicación en el prolongado periodo durante el cual escribió todos los relatos: desde 1956 hasta 1973. No obstante, en todas ellas afloran las terribles condiciones de esos campos y minas de la muerte, donde la voraz y premeditada crueldad del estalinismo arrojó a millones de rusos con el único fin de esclavizarlos hasta su exterminio.
 
En comparación con la fría meticulosidad de “Archipiélago gulag” de A. Solzhenitsyn o el brutal, pero hermoso testimonio de E. Ginzburg en “El vértigo”, “Relatos de Kolimá” muestra la atrocidad del día a día: la cercanía constante de la muerte del “colilla”, del terminal; la abyecta arbitrariedad del régimen en los juicios y condenas; los repugnantes privilegios que disfrutaban los hampones con respecto a los presos políticos; la perversión moral de todos y cada uno de los habitantes del Norte, condenados y libres; la terrible constatación de que para sobrevivir no era únicamente necesario disponer de una fortaleza física y mental descomunal para soportar jornadas interminables de trabajos forzados a -50ºC entre continuas palizas y vejaciones, de una extraordinaria astucia para elegir bien (la vida) en infinidad de situaciones, sino que, además, debías disfrutar de una increíble suerte. 
 
Hay algunos relatos evocadores en los que excepcionalmente la bondad de un ser humano emerge y hasta triunfa. Sin embargo, hay otros realmente escalofriantes en los que cuesta seguir leyendo, como el que cuenta cuál era la forma de pago por tener sexo: un trozo de pan. La prostituta, prácticamente cualquier mujer habitante del Norte, podía comer todo lo que sus escorbúticos dientes pudiesen del pedazo de pan hasta que el cliente acabase. Evidentemente, los hampones congelaban antes el mendrugo para que la prostituta no pudiese siquiera roer una miga de pan. La maldad y la perversión estaban hasta tal punto enraizadas en aquel mundo que se hacían cotidianas.
 
Lo más impactante de esta obra es la opinión, repetida varias veces por el autor, de que su experiencia en estos campos de concentración de Kolimá fue completamente negativa, que nada bueno supo sacar o aprender de esos veinte años, absolutamente nada. Es sobrecogedor, pero leyendo sus relatos es la única opinión posible de alguien cabal.
 
Literariamente, Shalámov consigue dotar de un indisimulado lirismo a sus historias (al menos, a algunas, aquellas menos sórdidas), ya que es capaz de describir la naturaleza dura e infranqueable, pero también hermosa y pródiga con una belleza extraordinaria. Probablemente la naturaleza fue su tabla de salvación, más allá de los cursos de enfermería que le permitieron acceder a un puesto de practicante a partir de 1946, puesto que sus descripciones de la taiga, los impresionantes árboles del Norte, los animales y plantas que habitaban aquellas gélidas tierras y, sobre todo, el cielo siberiano con sus noches blancas son odas a la inconmensurable belleza de la naturaleza. 


dudar

antiguo privilegio del interlocutor, que podía confrontar sus argumentos con los del otro sin mostrar por ello debilidad o falta de criterio. 

picota

amiga pija y casquivana de la cereza cuya carnosidad y brillante color encarnado invitan a pecar mucho más que la mojigata cereza morada de rubor.

La megalomanía: un mal muy presente

Ahora que está el caso Neymar con su sucesión de imaginativos contratos firmados por el F.C. Barcelona tan de actualidad, observo con absoluta verosimilitud que el origen de todo este asunto está relacionado con la megalomanía del ya expresidente Sandro Rosell. Cuando llegó a la presidencia del club se encontró con una situación deportiva inmejorable gracias a uno de los mejores equipos de fútbol de la historia, amén del resto de secciones también dominantes en sus respectivos deportes. En lugar de limitarse a disfrutar del éxito, decidió ser parte activa de ese éxito intentando fichar a una de las más deseadas promesas del fútbol mundial, Neymar; o mejor dicho, Neymar Jr., nombre que leí sorprendido en su camiseta el día de la presentación, pero que transcurridos unos meses ha adquirido todo el sentido. El verdadero Neymar es papá Neymar, claro. El cachondo que sin mover un dedo se ha embolsado ¿40?, ¿50?, ¿60? millones de euros. En definitiva, Sandro Rosell necesitaba ser el presidente que fichase a la anhelada joya brasileña, aunque ya tuviese en su equipo a un chico argentino llamado Lionel Messi. Sobre todo, cuando el presidente del club rival por antonomasia, otro reconocido megalómano, pugnó con la ferocidad que dan los millones ajenos por el mismo jugador del que se había encaprichado Sandro.

 Así las cosas, Sandro Rosell inundó de dinero a los Neymar y chanchulleó con los contratos para poder presentar orgulloso la pieza de su particular cacería, en la que el verdadero trofeo es la hinchazón sin límites de la vanidad. A su vez, Florentino Pérez, herido en su orgullo por el archienemigo, se gastó ¿91? ¿101? millones del club al que dice amar y servir reverencialmente en un jugador de clase media-alta, Gareth Bale. Porque, evidentemente, el desatino de un megalómano requiere una respuesta inmediata y aún más desatinada del otro megalómano en liza.
 
He usado este ejemplo de actualidad porque refleja perfectamente uno de los males que ha sufrido la sociedad española durante los últimos años: la megalomanía. Dirigentes políticos de cualquier pelaje y condición, ministros y alcaldes, presidentes del gobierno de España y presidentes de Comunidades Autónomas, todos ellos han dilapidado centenares de millones de euros en obras faraónicas: palacios de congresos, bibliotecas babilónicas, aeropuertos inéditos, museos del localismo rocambolescos…Y todo ello únicamente para satisfacer la megalomanía del político de turno. Por cierto, no estoy hablando de la corrupción y su impunidad, otra de las lacras de nuestro tiempo, sino exclusivamente de megalomanía.  
 
Pero no se ha circunscrito este prurito incontrolable del poderoso a la esfera pública, aunque sea donde más fácilmente se ha prodigado. Muchas empresas privadas también cometen el mismo pecado a través de sus directores generales, consejeros delegados y otros altos directivos, que gracias a su arbitraria vanidad toman decisiones perjudiciales para la empresa y sus propietarios. Cuando el dinero no es de uno, cualquier decisión se torna más sencilla.
 
La obsesión por ver quién la tiene más larga (la megafalomanía), quién consigue el fichaje de moda, quién construye el auditorio más impresionante (y caro), quién consigue el mayor contrato ha causado estragos a todos los niveles en nuestra sociedad. El aplauso que han recibido todos estos megalómanos por cada uno de sus desvaríos ha sido unánime. Los medios de comunicación los han proyectado como triunfadores o benefactores, aupándolos a un reconocimiento social fatuo, pero envidiable. Los pobres desgraciados que no han recibido ningún aplauso han satisfecho su megalomanía a través de ellos, lo cual es aún más triste. El voyerismo jamás puede regar la vanidad; sin embargo, así ha ocurrido en muchos casos.

Ganar está muy bien, siempre que sea a un precio adecuado y por un buen objetivo. Cuando ganar se convierte en el objetivo, el precio es lo de menos, sobre todo, si el dinero no es tuyo.


hipster

modernillo con posibles cuya vestimenta, complementos y peinado dan cierto repelús por sí mismos y por el exhibicionismo petulante que hace de ellos. Aunque lo peor llega, sin duda, cuando abre esa boca esnob y condescendiente que llenarías gustosamente con sus gafas de pasta, sus pelos perfectamente revueltos y sus ropas estridentemente sobrias.

casi

adverbio casi afirmativo que suele ocultar una negativa, un fracaso o una derrota. Incluso fonéticamente parece acercarse a un sí, cuando en realidad no es más que el inicio de una patética excusa: casi ganamos, casi apruebo, casi me la ligo…