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lasnochesdeMcNulty

coaching

formación impartida por supuestos expertos en una materia en la que el parloteo incesante, trufado de lugares comunes, distrae a los asistentes entre juegos absurdos y debates guiados. ¿Qué aporta? ¡Nada! Es sólo una más de esas actividades inanes tan habituales en las sociedades acomodadas, que de tan ensimismadas se van poco a poco volviendo más bobas y flácidas. 

pensar

cualidad muy humana que muchos humanos parecen desconocer. Como requiere de tiempo y en el mundo actual prima la inmediatez, apenas se practica. De ahí el pensamiento único y la estupidez global. 

intuición

olfatear a la churri más golfa de la discoteca, saber cuál será el siguiente pasajero sentado en apearse del metro, prever quién será el próximo jefe en tu trabajo…Por eso sólo existe la intuición femenina: los tíos vemos a todas las tías de la discoteca súper golfas, atendemos sólo a las pasajeras buenorras del metro y somos incapaces de ver que la compañera de trabajo a la que llevamos tiempo mirándole indisimuladamente las tetas será tu próxima jefa. 

Constitución

tuétano jurídico de un país, del que sería mucho más útil sorber que escupir. 

Las inquietantes familias de miembros iguales

De vez en cuando, te topas con familias en las que sus miembros son inquietantemente parecidos. La unidad familiar la forman tres personas: padre, madre e hijo. Si el número es mayor a tres, la semejanza se torna imposible; y si se trata de una hija tampoco sucede este curioso efecto. La edad de los padres ronda los cincuenta, sin llegar pero bordeándolos. Y el hijo varón está en edad adolescente.

Van muy juntos, casi pegados, pero sin muestras de cariño. Se diría que están acostumbrados a estar tan juntos porque no se relacionan con nadie más. Ni siquiera se miran; de hecho, miran al mismo punto indeterminado los tres. Invariablemente, se trata de personas enjutas y pálidas, de aire lánguido y aburrido. La madre es ligeramente andrógina y lleva el pelo corto, con idéntico peinado al de su marido y su hijo. Los tres llevan gafas. No son guapos, ni tampoco feos. Más bien, anodinamente asexuados. Sorprende que el padre y la madre hayan tenido un momento lo suficientemente ardoroso como para haber engendrado a su clónico hijo. Manda ella, él es un pusilánime como el hijo. Por eso tuvieron el niño. Ella quería ser madre, pero ni gozó de la concepción ni después de la maternidad.

Su ropa es sobria: el gris, el marrón y el negro predominan. Todos ellos visten pantalones, camisa y zapatos modernillos de cuero con cordones. Aunque no son ostentosos con las marcas, se percibe que la ropa es moderadamente cara. Su estilo es el punto final al que llegan los exkumbas ahipsterados. Pertenecen a una clase social acomodada, funcionarios de nivel medio-alto.

Poseen el aire espectral de las sombras a las que no prestas atención. Sin embargo, si lo haces, quedas subyugado ante su escalofriante similitud y empiezas a plantearte preguntas incómodas. Si mantienes la mirada y ellos la cruzan con la tuya, sabes que se han dado cuenta de que te estás haciendo esas preguntas incómodas, pero siguen adelante sin mostrar ademán de disconformidad alguno. Ellos saben mejor que nadie que son inquietantemente parecidos.

ártico

antiguo polo norte cuyo tradicional hielo se ha convertido en cremoso helado que chorrea gotas por la corteza terrestre manchándola de culpa e ignominia. Si volviese a recuperar su estado normal, la forma del polo norte sería la de un Frigodedo, pero en lugar del dedo índice nos mostraría el dedo corazón. 

hambre

para el capitalista: deseo desaforado de obtener más riqueza; para el epulón: apetito incontenible de comer un chuletón más, un pastel más; para el pobre: ausencia de alimentos. La polisemia es muy rica, excepto para los pobres, a los que hasta la antonimia se les ríe en la cara. 

galgo

runner anoréxico perruno. 

tonto-apple

hipster tecnológico que las pasa canutas hallando las utilidades que usaba con otras marcas en su dispositivo Apple, pero que compensa al hacérsele el culito Pepsi Cola mostrando al mundo que es poseedor de un gadget Apple divino de la muerte. Capullos ha habido siempre, pero éstos son especialmente irritantes. 

El calendario

Diario de la monotonía del que nadie huye.
Prisión del tiempo con condenas a perpetuidad.
Años, meses, semanas, días…
Años, meses, semanas, días…
Nada de miríadas ni sorpresas,
todo previsto, todo cerrado.
El bisiesto como única alegría disidente,
desliz bastardo alojado en el mes más corto y frío.
Romano, juliano, gregoriano… ¿es que no hay más heresiarcas?
Acaso Pirelli. Acaso los talleres mecánicos y algunos camioneros.
Los almanaques, con sus letanías de santos y santas, no aportan heterodoxia.
Abigarran el calendario con la gazmoñería religiosa. Lo degradan.
¿De verdad no hay evolución posible al calendario actual?
La esperanza de que el 4 de febrero de 2073 sea sábado simplemente no existe.
Será lunes y punto.
Me aflige.

otoño

árbol que deja caer sus hojas al atardecer, cuando el sol veraniego se ha ocultado y la fría noche invernal anuncia su llegada a través de una húmeda brisa. El otoño es apenas un instante, un parpadeo de tres meses lleno de melancolía. 

pescadito frito

tapa en la que lo único legal es el limón. El pescadito no alcanza el tamaño mínimo exigido, el aceite es el mismo que el de las croquetas del fin de semana anterior, el camarero trabaja sin contrato y el chiringuito está afectado por la ley de costas. 

loser

persona que no ha trincado ninguna comisión ilegal, ni ha sido imputada por corrupción, ni hace regalos caros y horteras a sus putitas, ni conduce un Audi o un Mercedes, ni convierte en moneda de cambio habitual comer pollas (en sentido literal con sus putitas y en sentido figurado en su vida laboral). 

corpiño

body de fuerza” para las mujeres, el cual supone un reto excepcional para sus tetas, que pugnan con denuedo por escapar mientras los hombres se solazan mirando y animando a las gemelas a huir: “¡un poquito más y estáis fuera, un poquito más y estáis fuera!” Si alguna lo consigue, los hombres empiezan a sentir la misma opresión en sus “gallumbos de fuerza”. 

Rick Hall y Muscle Shoals

Rick Hall y Muscle Shoals

 

Rick nació escuchando el estruendo del río Tennessee.
Creció en la cenagosa pobreza sureña. Alabama no era Alibaba.
Su hermano se coció en un barreño y la madre no lo aguantó:
se metió a puta, sin más explicación que una gélida despedida.
El padre, una cabaña y árboles que talar: su hogar.
En el colegio: humillación y desprecio. La mezquindad de los niños es la más pura y cruel.
Un único ejemplo, un buen ejemplo: el del padre. Soledad, trabajo y determinación.
Las leyendas indias evocan un río Tennessee cantor.
Sus aguas impetuosas y sibilantes acompañan a Rick.
La música recorre los meandros de su alma
removiendo lodos que enturbian los recuerdos imposibles de olvidar.
Porque hay recuerdos del pasado que perviven amargamente,
jodiendo también el presente y el futuro.
Son como los lunes de la memoria: unos hijos de puta que siempre vuelven.
Rick se casó, pero conduciendo hacia un concierto un accidente le descasó.
Otro puto recuerdo más y cinco años de alcohol para tratar de olvidar que no se puede olvidar.
Y, por fin, la música.
La productora FAME, varios músicos geniales y esas voces negras asombrosas:
Percy, Aretha, Wilson, Otis…
Una interminable sucesión de éxitos. Todos quieren grabar en Muscle Shoals.
Hasta los Rolling viajan al Sur fascinados por el sonido del estudio.
Fama, reconocimiento, dinero…Es hora de honrar al padre: un John Deere.
Al poco tiempo yace enterrado debajo del tractor, sepultado por su viejo sueño.
Culpa, estupefacción, desasosiego y, sobre todo, soledad. Otra vez.
Rick escribe una canción dedicada a su padre, que éste había estado escribiendo durante toda su vida:
el ejemplo de una vida durísima, llena de esfuerzo y dignidad alcanza el número 1.
Tras la soledad, siguiente estación: traición.
The Swampers, esos músicos locales poseedores de la magia del río Tennessee, abandonan el estudio.
Años de amistad y trabajo en común a la mierda. Los brillos de L.A. deslumbran demasiado.
Vuelta a empezar.
Afortunadamente, el río es generoso a su paso por Muscle Shoals. Anega de músicos talentosos el estudio.
Como buen pescador, sabe dónde situarse, esperar el momento y capturar la mejor pieza.
Olfatea en las veredas del torrente de la música y al escucharlo titilar se acerca a la orilla
y pesca salmones de talento, que después arregla e instrumenta magistralmente
hasta emplatarlos como el mejor gourmet.
Una partitura llena de hojas arrancadas violentamente escrita con voluntad y determinación.

 

inocencia

virginidad moral que se pierde en alguna esquina de la infancia, a la que intentas volver de vez en cuando, mas sólo encuentras camellos y putas.

cualificado

persona con carrera universitaria, pero incapaz de escribir de forma correcta sintáctica y ortográficamente, con gran capacidad para exprimir equipos e implementar las directrices de sus superiores sin realizar la más mínima crítica, fiel devoto de la empresa hasta que deja de serlo, y gran vendedor de sí mismo. ¿Inglés? Sí, claro, como todos los españoles.

soledad

El Dorado cuando se carece de ella; la mejor amante cuando la encuentras; y el averno cuando se convierte en tu única amiga.

Guy Delisle

Guy Delisle

Reconozco que nunca he sido un gran aficionado a los cómics. Sin embargo, confieso que me atraen. No sé si es su estética, su formato de fácil consumo o quizás porque se trate de una especie de conglomerado naif de varias artes que me gustan: la literatura, al narrar una historia real o fantástica; el cine, al ser lo más parecido a un storyboard y ser vivero de muchas películas de mayor o menor calidad; y la pintura, en la que cada viñeta representa un pequeño cuadro, muchos de los cuales pueden equipararse a los bocetos preliminares usados por la mayoría de pintores.

Así pues, si a este entretenido cocktail le echamos unas gotas de historia y política contemporánea, tanto mejor. Por eso he leído recientemente cuatro libros de Guy Delisle.

El primero (en orden de edición, no de lectura) fue editado en 2000: Shenzhen, que narra su experiencia de tres meses al frente de un estudio de animación en la ciudad china que da título a la obra. Refleja perfectamente la atmósfera gris y sucia de la ciudad china en pleno desarrollo, su claustrofóbica soledad y la absoluta incomunicación con su equipo de trabajo y demás gente que le rodea (el director del estudio, su traductora, su chófer y hasta su odiado recepcionista del hotel). Una de sus mejores cualidades, presente en los demás libros también, es lo bien que relata la simple cotidianeidad a través de sus viñetas, permitiendo al lector hacerse una idea bastante cercana de cuál es la realidad de esos lugares.

El segundo libro (tiene más, sólo me estoy refiriendo a aquellos que he leído) se editó en 2005: Pyongyang. Cuenta su estancia, otra vez de tres meses y otra vez dirigiendo un estudio de animación, en la capital de la inefable Corea del Norte. Juega perfectamente la baza que supone ser un testigo de excepción de la vida en la espectral Pyongyang, aunque evidentemente no puede ni trata de denunciar aquello que el régimen no le deja ver. A pesar de todas las limitaciones a las que pudo ser sometido, no deja de sorprender lo surrealista del país más cerrado del mundo. Vive alojado en un hotel para extranjeros en el que únicamente se ocupa la quinta planta (la única que tiene luz eléctrica de forma suficientemente regular) y en el que hay varios restaurantes llamados “Restaurante nº 1”, “Restaurante nº 2”, etc. con cartas muy poco variadas y escasez evidente de alimentos. Su sentido del humor es extraordinariamente agudo. Además, su cinismo, aunque en pequeñas dosis, consigue describir convincentemente las rocambolescas situaciones vividas con sus ubicuos acompañantes. Cuando acabas el libro, piensas que los ciudadanos de Pyongyang son extraterrestres que viven en el mismo epicentro del aburrimiento y la autocensura. Ciertamente, da escalofríos imaginar cómo viven el resto de norcoreanos impedidos de vivir en y con los “privilegios” de la capital.

El tercero es, sin duda, el mejor de todos: Crónicas de Jerusalén (editado en 2011), por el que obtuvo el prestigioso premio al mejor álbum en el Salón Internacional del Cómic de Angoulème en 2012. En esta ocasión se nutre del año vivido en Jerusalén acompañando a su pareja (así la define él, detesto ese apelativo), que trabaja para Médicos Sin Fronteras, y a sus dos hijos pequeños. Él no trabaja, se dedica a cuidar de los niños y a tomar notas de todo lo que visita. Al contrario que en los dos viajes anteriores, en éste se relaciona con mucha gente, tanto con israelíes como con palestinos, tanto con judíos como con musulmanes; con cristianos, con extranjeros, con lugareños, con visitantes ocasionales. Se adentra y conoce los cuatro barrios de la ciudad: el judío, el árabe (donde vive), el cristiano y el armenio. Ofrece una visión caleidoscópica de la capital religiosa mundial sin apenas notársele ninguna filia o fobia por ninguna comunidad, a pesar de lo evidente que resulta que su mujer, digo pareja trabaje en Gaza y vivan en el barrio árabe de Jerusalén. Con su fina ironía y sin prejuicios ofrece asombrosamente una visión panóptica del conflicto palestino-israelí y todo lo que le rodea. A cada uno le atiza lo que merece, con elegancia y sutileza, sin convertirse nunca en el objetivo, pero sin eludir emitir juicios de valor. Hasta los “humanitarios” reciben lo suyo. Con todos estos ingredientes configura una buena guía de una ciudad tan sugerente como Jerusalén.

Guía del mal padre (editado en 2013) es el único que no merece la pena leer. La sucesión de arrebatadas viñetas en las que se retrata como un padre displicente y demasiado sardónico están trufadas de lugares comunes y de vulgar sentido del humor. Imagino que tras el éxito de “Crónicas de Jerusalén” vio un filón fácil de explotar e, incluso, ha publicado una segunda parte.

En cualquier caso, sus otras obras son muy recomendables. De hecho, mi siguiente adquisición será “Crónicas birmanas”. Además, permiten ver su evolución como dibujante y narrador: desde el trazo oscuro y más difuminado de Shenzhen al dibujo fino, detallado y rico en matices de Crónicas de Jerusalén; así como cierta desconexión en las historias y digresiones cogidas por los pelos de Shenzhen, mientras que en Pyongyang y, sobre todo, en Crónicas de Jerusalén las historietas están mucho mejor hilvanadas y la narración es más completa y ordenada.

Los pecados capitalistas

Los pecados capitalistas

De los siete pecados capitales (lujuria, gula, pereza, ira, envidia, soberbia y avaricia) sólo los dos últimos son insaciables. Por muy libidinoso que sea uno, tras una satisfactoria sesión de sexo, el ímpetu se aplaca, aunque sea momentáneamente. El mayor de los epulones alcanzará en algún punto un hartazgo tal que le repugnará seguir comiendo. El más vago de entre los haraganes acabará levantándose siquiera a beber o a mear. Aunque el más iracundo jefe, profesor o padre ponga el grito en el cielo día tras día, tendrá momentos en los que la furia aminorará. La envidia, si bien es muy difícil de combatir, no inunda completamente el alma de las personas, excepto casos patológicos situados en los límites de la insania, ya que se trata en realidad del único pecado relacionado directamente con lo ajeno, no con lo propio.

Sin embargo, los dos últimos pecados capitales, la soberbia y la avaricia o, para mejor entendimiento en este contexto, la vanidad y la codicia son funciones crecientes que tienden al infinito, jamás se sacian. La vanidad y la codicia encarnan el éxito empresarial, ese santo grial anhelado por la sociedad capitalista. Por consiguiente, nada ni nadie les detiene. Porque el deseo, convertido en perentoria obligación, de ganar un euro más, un dólar más es inherente al sistema. Y una vez conseguido ese euro o dólar adicional, debe mostrarse a todo el mundo para regar la vanidad del triunfador. La decencia (en la obtención de beneficios con buenas artes) y la discreción (el puro y simple orgullo personal de una tarea bien hecha, no el orgullo exhibido hacia afuera que es la vanidad) han desaparecido por completo.

La codicia puede ser perfectamente definida como la maximización del beneficio, es decir, el objetivo último del capitalismo. Así pues, dada la inconmensurabilidad de este pecado y la ceguera provocada por el otro pecado típicamente capitalista, la vanidad, iremos poco a poco ahondando en las peligrosas consecuencias de ambos: desigualdad social cada vez mayor, acumulación de riqueza en menos manos y demás distorsiones anunciadas desde hace años (puestas de moda recientemente por el economista Thomas Piketty) hasta llegar a un punto inevitable de ruptura que abrirá una nueva etapa en la que el abismo será una de las inquietantes posibilidades del tablero social.

No sé cuántos años pasarán, ni si algunas mentes preclaras conseguirán retrasar el inevitable final con valientes medidas correctoras que protejan el contrato social que en mayor o menor medida llevamos años renovando de forma tácita a través de equilibrios más o menos inestables entre las diferentes instituciones y los ciudadanos de los países occidentales, pero estoy absolutamente convencido de que el colapso llegará tarde o temprano porque la codicia y la vanidad humanas llevan miles de años medrando y, finalmente, han encontrado el sistema social perfecto para su preponderancia y dominio. Porque, desgraciadamente, tanto la codicia como la vanidad están bien vistas. Un codicioso empresario hecho a sí mismo (aunque sea mediante métodos ilícitos, como recientemente han salido ejemplos a la luz pública) es admirado y loado hasta chapotear en el ridículo; en cambio, un depredador sexual o un holgazán subsidiado son vilipendiados en público y en privado. ¿Por qué esta doble moral en cuanto a pecados capitales? ¿Por qué unos son vergonzantes y otros aplaudidos? Porque el sistema capitalista no es únicamente un sistema económico, sino que ha invadido al resto de ciencias sociales. No queda un solo ámbito en la sociedad en la que no haya causado metástasis. Su esencia, la codicia, lo ha anegado todo. Y su pizpireta hermana, la vanidad, se encarga de la propaganda.