aldea
viaje en el tiempo y en las formas, donde las cosas conservan la naturalidad de antaño: la franqueza y dureza de sus gentes, así como el valor de su palabra; las comidas tradicionales de sabores intensos; la convivencia con animales, algunos de los cuales acabarán en la mesa; el paisaje natural que respeta las estaciones y regala los sentidos; y la belleza de la quietud aldeana, que permite disfrutar de momentos que se prolongan mucho más allá de una simple y extática sensación hasta cosificarse en pura y dilatada alegría.
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