Los viajes de Ósculo
Ósculo era un minúsculo chaval de apenas unos milímetros de estatura que vivía de boca en boca. Se trasladaba mediante besos, momento que aprovechaba para cambiar de boca. Así que viajaba gracias al afecto, la pasión y la lujuria. Con el tiempo había desarrollado un instinto especial para saber cuándo le interesaba cambiar de boca y cuándo no. Al acercarse otros labios y adentrarse en el interior de su húmedo hogar, enseguida valoraba las condiciones del nuevo hogar candidato: niveles de higiene, locuacidad, apetito y promiscuidad del individuo. Todos estos factores resultaban claves para tomar la decisión correcta.
La higiene bucal era el primer filtro a aplicar en la decisión. Si no cumplía los mínimos exigidos, esa boca era automáticamente descartada. No es lo mismo vivir en una boca “Listerine” limpia y fresca que en una hedionda y pringosa, llena de sarro, restos de comida y bacterias campando a sus anchas.
El resto de condiciones eran valoradas por Ósculo de uno u otro modo según su estado de ánimo. Si le apetecía una temporada de tranquilidad, buscaba bocas de personas poco habladoras, apenas comedoras y de costumbres monacales. Si, por el contrario, quería marcha, elegía bocas de personas extrovertidas, que fueran auténticos epulones y ardientes amantes.
Las personas silenciosas, con poco apetito y sin vida afectiva ni sexual le permitían tiempos largos de descanso, ya que la boca apenas se abría ni era invadida por alimentos o lenguas desconocidas. Debemos tener en cuenta que Ósculo había de estar permanentemente alerta para no precipitarse fuera de la boca o, aún peor, despeñarse por las profundidades de la garganta y morir. Era una especie de anfibio que necesitaba humedad y aire para vivir. En la boca de una persona con escasa vida social y apetito modesto el peligro era menor. Solía guarecerse en la parte inferior de la boca, entre la fila de dientes y el labio, a la altura de los primeros premolares. De este modo, un estornudo o un tosido repentinos eran menos peligrosos que en “boca abierta”. A veces, también descansaba en alguna caries, pero tras una mala experiencia en la que casi muere chafado por una espesa bola de pan prefirió no arriesgarse en pequeños lugares de difícil escapatoria.
Sus épocas activas las pasaba en bocas de gente divertida, locuaz, comilona y lujuriosa. Así conseguía viajar mucho y ver mundo, con continuos cambios de hogar. Ósculo veía el mundo a través de la mirada de la boca de otros. Más concretamente, a través del parpadeo de esas bocas, que se abrían y cerraban sin solución de continuidad en interminables tertulias de bar y en copiosas comidas que, a pesar del riesgo de morir masticado, suponían una excitante y frenética actividad por ver todo lo que sucedía afuera colgado desde lo alto de la campanilla para disfrutar de la mejor visión posible. Su habilidad era excepcional: sorteaba enormes grumos de comida, surfeaba olas de saliva y, cual trapecista, saltaba de la campanilla a la colchoneta de la lengua para volver sobre la campanilla o situarse en algún estratégico hueco entre los dientes. Cada vez que se abría la boca él estaba en la mejor posición para ver lo que acontecía allí afuera, en el luminoso y letal mundo exterior, tan sugerente y tan inaccesible para él.
A pesar de todo lo descrito, el momento de mayor riesgo era el traslado; esto es, el cambio de una boca a otra. Encontrar el momento adecuado en medio de un apasionado beso era muy peligroso. Lidiar con dos lenguas en pleno frenesí, como si se tratase de dos monstruos de las profundidades abisales pugnando por el dominio del mar, suponía jugarse la vida en cada intento. Aún así, Ósculo siempre lo conseguía. Venciendo a los peligros y al miedo propio, saltaba a su nuevo hogar y se disponía a disfrutar de un nuevo y fascinante viaje.
Mira en tu boca. A lo mejor se ha instalado durante un tiempo Ósculo ávido de sorpresas y nuevas experiencias. Regálale un bostezo de vez en cuando para que pueda contemplar con tranquilidad ese mundo exterior que tanto le entusiasma.
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