Real Madrid - Athletic de Bilbao. 5 - 1 (Santiago Bernabéu, 20 de noviembre)
Castigo excesivo a un equipo que planteó un buen partido, sobre todo, en la primera mitad. Al minuto de juego el Athletic ya avisó de lo que iba a suceder mediante una bonita jugada de Fernando Llorente, que se exhibió durante los primeros cuarenta y cinco minutos de partido, ridiculizando a la pareja de centrales blancos (Pepe y Carvalho). Si a alguien le quedaban dudas, el riojano está para ser fichado por el Madrid. Lo tiene todo: corpulencia que le permite bajar melones y jugarlos con delicadeza, técnica que le permite deshacerse de rivales con facilidad y, sobre todo, gol, muchas variedades de gol. El del honor de su equipo lo anotó él.
El Madrid no salió arrollador como estaba acostumbrado los últimos partidos. Parecía pensar más en el siguiente partido ante el Barcelona que en el que estaban jugando. Funcionó a fogonazos, rápidos y letales contraataques que desarbolaron la frágil defensa bilbaína. Sus delanteros son tan peligrosos con espacios, que organizan la de San Quintín a la más mínima oportunidad gracias a su velocidad. El segundo gol, tras un corner lanzado por el Athletic, habla tan bien del equipo merengue como mal del bilbaíno. Tres flechas - Higuaín, Ronaldo y Di María - propulsadas por el certero lanzero Özil. ¡Qué bien mezcla la pausa del turco-alemán con la voracidad de los tres delanteros blancos!
Entre el primer gol de Higuaín, conseguido con oficio de delantero, y el segundo, Casillas realizó dos paradones a lanzamientos de Susaeta y Llorente, que ayudaron a que la noche fluyera con placidez.
El Madrid se siente a gusto cuando se toca a rebato y todos sus hombres entran en combustión. A veces juegan mejor al sprint, con la arrebatadora voracidad atacante en el entrecejo, que elaborando el juego en el medio campo. Se presenta muy interesante la batalla del Camp Nou la próxima jornada. Dos estilos de juego radicalmente distintos en su mejor versión. A ver qué apuesta futbolística sale ganadora.
El equipo visitante entró en la segunda mitad con las mismas intenciones que la primera, pero pronto se desactivó por culpa de un inocente penalti cometido por Susaeta, que transformó un inesperado lanzador: Sergio Ramos.
A partir del tercer gol, partido cuesta abajo y dos muescas más en el revólver de Cristiano Ronaldo: la primera de un obús a lanzamiento directo de falta que se traga de forma lamentable Iraizoz y la segunda de penalti. Y van quince goles del arrogante luso. ¿A quién le importa su chulería?
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