Blogia
lasnochesdeMcNulty

Parábola del niño santo y un pelín cabroncete de Emaús

Hallábase el niño santo de Emaús correteando por el camino que llevaba a Jerusalén, cuando de repente se cruzó con un viejo harapiento apenas sostenido por un bastón. El anciano extrajo una bolsa sucia y raída de debajo del sudado blusón y le gritó al niño santo de Emaús: “¡Niño! ¿Quieres un poco de mirra? Es de la buena”. A lo que éste respondió: “No, gracias, señor. Soy celíaco”. El viejo, sorprendido, le inquirió: “Pero vamos a ver niñito, la mirra no tiene gluten”. “Ya, ya, pero es que no sé qué es la mirra; así que no la quiero”, insistió el niño santo de Emaús. “¿No sabes lo que es la mirra? ¿No serás acaso el Mesías?”, exclamó sorprendido el anciano, continuando con una retahíla de rezos y balbuceos incomprensibles.

El niño santo de Emaús interrumpió al viejito para preguntarle: “¿Quién es ese Mesías?”. El viejo, visiblemente alterado, se arrodilló y besó los pies del niño santo de Emaús: “¡Alabado seas! ¡Sea bienvenida tu gracia! ¡Dame una orden y te obedeceré! ¡Dame cien y las cumpliré!”.

El niño santo de Emaús, francamente alucinado, le dijo a su repentino siervo: “Eeeeh, vamos a ver…¡Cómete un poco de esa mirra que llevas!”. El anciano abrió los ojos con asombro, cogió un pellizco de mirra, se la metió en la boca y tras ensalivarla con mucho esfuerzo se la tragó. “¡Ya está! ¿Qué más quieres que haga? ¡Alabado seas! ¡El Mesías ha sido enviado por el Señor!”. Entonces el niño santo de Emaús, conteniendo la risa a duras penas, ordenó al viejito: “Parte hacia Arimatea y que coman de tu mirra todos los hombres y mujeres hambrientos”. “¡Así será!”, exclamó con júbilo el harapiento anciano. El niño santo de Emaús continuó su camino jugueteando con una piedrecita, que chutaba primero con un pie y después con el otro, entre carcajada y carcajada recordando su extraño encuentro.

A los pocos días, llegó a Emaús la noticia de que en Arimatea había enfermado gran parte de la población. Padecían terribles dolores de barriga, vómitos e hinchazón abdominal. Ninguno sanaba y algunos ya habían fallecido. Se acusaba a un harapiento anciano de haberlos envenenado. El niño santo de Emaús pensó: “¡Ups! ¿Me habrá hecho caso aquel viejito y se habrán comido en Arimatea esa asquerosidad que ni me acuerdo cómo se llamaba?”. Así que decidió marchar hacia Arimatea y comprobarlo él mismo.

Al llegar a las afueras de la ciudad, un hediondo olor a resina regurgitada inundaba todo el valle. A medida que se adentraba en Arimatea, hombres y mujeres yacían en el suelo encorvados, sufriendo arcadas ininterrumpidamente y bramando de dolor. En un hueco de la muralla vio una bolsa sucia, raída y vacía, que le resultó familiar. El niño santo de Emaús se dio la vuelta, gimoteó para sí “¡Joé, la he liado parda!” y volvió a Emaús.

Enseñanza bíblica: Los ricos habitantes de Arimatea fueron castigados con la ira de Dios por su glotonería y codicia desmesuradas.

Enseñanza apócrifa: No se debe dejar que un niño dé órdenes, ni siquiera a un pobre viejo orate. Y aún menos cuando hay mirra de por medio.

0 comentarios