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lasnochesdeMcNulty

La hormiga y el Listerine

Hallábame hace un par de noches en plena higiene bucal cuando al escupir el colutorio me di cuenta de que había arrastrado a una hormiga por el desagüe junto con el resto de baba azulada. Al principio, se me encogió el corazón. Pobrecita, pensé. No es que yo sea un adalid de la defensa de los animales, pero por lo general no me molestan ni los mato. O sea, mientras no me incordien, no les hago nada. Sólo cuando nuestros intereses entran en colisión, acabo con ellos. Vamos, soy un liberal al uso en lo concerniente a la convivencia con otros animales. No obstante, tras ese primer momento de pena inconsciente e irracional, pensé: ¡qué cojones, ha tenido una muerte épica! Las hormigas suelen morir por armamento químico en forma de insecticidas, por aplastamiento o, la gran mayoría, de puto agotamiento de tanto trabajar; así que “H”, como la llamaré en adelante, tuvo una muerte única, extraordinaria. No sé si las hormigas tienen más allá, pero si lo tienen el de admisiones debió flipar al escuchar el relato de su muerte.

“H” es afortunada, en la vida eterna de las hormigas se va a hinchar a follar, porque huele tan bien tras ese tsunami de Listerine que incluso otros himenópteros, además del resto de hormigas, van a querer comerle “to lo negro” por los siglos de los siglos.

Siempre me había importado un huevo si hay vida después de la muerte o si habrá un Juicio Final. Yo lo que quería era vivir lo máximo posible en las mejores condiciones posibles. Pero desde la otra noche me muero de ganas de que haya un Juicio Final. Quiero testificar a favor de “H”, se lo debo. Porque seguro que el fiscal de las hormigas (un tipo cuya vida terrenal consistió en acarrear pedacitos de hoja incansablemente al hormiguero hasta morir chafado por un tronco de algarrobo) le acusa de las mayores atrocidades y de merecer semejante muerte, digna de Los Evangelios Fórmicos, por haber cometido presuntamente los peores pecados imaginables, ya que las religiones, todas, incluso la de las hormigas, detestan que alguien folle. Pues bien, cuando llegue ese momento, yo me levantaré y diré: ¡Ese fiscal miente! “H” murió por pura mala suerte. Y, lo más importante, lo hizo con absoluta dignidad. Cuando su vida se escurría por el desagüe, gritó llena de gozo “¡De puuuuuta maaaaadre! ¡Cómo mola esta cosica azul!”

“H” vivirá el resto de la eternidad sin el estigma de hormiga pecadora y yo viviré toda esa incomprensible eternidad sin la culpa de su muerte, losa que me pesa tanto como el peso de “H”. 

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