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lasnochesdeMcNulty

La tapia

La tapia

 

Discreta fortificación baldía
defensora de una propiedad privada,
privada de todas las sorpresas de la espontánea cotidianeidad.
Censora de luces y voces, recorta el horizonte al más acá,
donde el sol no es más que otra de sus recurrentes marionetas
de ademán sobrio y escaso talento.
Su timidez encalada atrae a paseantes de la soledad,
ofreciendo un descanso o un desahogo o un escondite o una excusa.
La humedad dibuja sus desvelos: testimonios de la realidad que fue y nadie vio. 
El tiempo araña su firmeza envidioso de su radical quietud.
Y el hombre desprecia su serena compañía
convencido de que la única tapia buena es la propia,
la que construye a su alrededor. 
Algunas, las más viejas, han sido testigos de innumerables despedidas.
Trágicas despedidas en las que unos hombres y sus armas
despedían a otros hombres y sus sueños.
Fue lo último que vieron, de espaldas al destino que les apuntaba.
Poderosa metáfora de ese último instante
en el que un hombre no sabe si habrá algo más allá del otro lado de la tapia.
Recibir la mirada espectral de esos condenados
justo antes de una cobarde ráfaga de adioses
ni siquiera es soportable para los verdugos. 
Por eso, cuando caminas a la vera de una tapia,
sientes el escalofrío de aquellos que la miraron una última vez,
tan anegados de miedo como de absurda esperanza,
con los ojos intentando escrutar a través de ella
implorando que se derrumbe tras el fuego final. 

 

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