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lasnochesdeMcNulty

Las redes asociales

Las redes asociales

Antes de nada quiero dejar bien claro que por lo general las redes sociales me parecen un invento cojonudo. Lo que a continuación criticaré son sus desviaciones y perversiones. Sobre todo, aquellas que desvirtúan su calificativo “sociales”.

La universalidad (¿o sería mejor llamarle ecumenismo?) de Facebook es, en principio, una de sus mejores cualidades. Poder contactar casi con cualquier persona de cualquier parte del mundo es increíble. Y saber de ella aún más. Porque lo realmente excitante es saber algo de esa persona que hace años de la que no sabes absolutamente nada. Por consiguiente, el deseo, el impulso primigenio del contacto es la curiosidad morbosa, no el franco interés. Hay una diferencia considerable entre curiosidad e interés. Es cierto que en ocasiones la una lleva al otro, pero su diferenciadora carga semántica se revela con mayor claridad con el adjetivo que con el sustantivo: curioso vs. interesante. La búsqueda de lo curioso en lugar de lo interesante conlleva a la larga la prominencia de la instantaneidad, la banalidad, la fatuidad. En definitiva, facilita al usuario la ausencia de reflexión y análisis en sus relaciones a través de la red. ¿Que la sociedad tiende a ello? A esas relaciones superficiales, interesadas o puntuales. Efectivamente, y precisamente por ello las redes sociales ahondan en este tipo de relaciones, pero con una rapidez mucho mayor a la conocida hasta ahora. De ahí su peligro.

Otro aspecto no menos inquietante es la ausencia de contacto físico. Ésta supone una enorme ventaja para tarados que se inventan perfiles o engañan flagrantemente. Pero no me refiero a estos casos extremos, sino a la gran mayoría que no lo hace. Aún sin mala fe o intencionalidad evidente, se tiende a manipular el contenido publicado. El control de lo que se muestra y el componente exhibicionista de las redes sociales incentivan a querer ofrecer una imagen “cool” de uno mismo y, por tanto, deformada. Por consiguiente, la imagen que se muestra en este tipo de relación dista mucho de ser la real, viciándola desde el inicio. Obviamente, esto no sucede con amistades cercanas, ya que el contacto se sustenta en un conocimiento físico previo y en experiencias compartidas. Pero para todas aquellas sobrevenidas o fundamentadas en las redes sociales sí que aplica la distorsión antedicha. El problema se agrava con la gente joven. Todos aquellos adolescentes que establecen a través de las redes sociales la base de sus contactos y relaciones pueden llegar a contaminarse con esa forma de relacionarse. En toda comunicación la mirada juega un papel importante. Fundamentalmente porque es un elemento bilateral: uno mira y es mirado. Uno comunica mediante su mirada y analiza la mirada de su interlocutor para entenderlo mejor. Con el tiempo vas aprendiendo a mirar y a entender las miradas. Es un proceso gradual y muy sutil, pero extraordinariamente provechoso para poder entenderse y, por consiguiente, relacionarse mejor. Si no practicas esa mirada crítica, mayor dificultad tendrás a la hora de afrontarlas. Y las redes sociales cercenan ese elemento bilateral de la comunicación, ya que el usuario en la soledad y tranquilidad de su muralla decide cómo quiere que lo vean los demás y, a su vez, deja de mirar para asumir la mirada impuesta por los demás. Esta vorágine de yo soy más guay, yo tengo más amigos, yo publico esto o lo otro acaba volviéndose en contra de su autor. Tarde o temprano, la realidad le agarra del brazo y le sitúa sobre el ring del contacto físico, de la necesidad de respuesta propia e inmediata, no de la tomada prestada y diferida de la red social. Entonces, a esa persona guay se le cae el disfraz de Facebook y se revela en toda su mediocridad. ¿Cómo reacciona? O mejor dicho, ¿cómo puede verse tentado a actuar? Recluyéndose en su mundo seguro de la red social, donde controla la mirada de los demás a su antojo sin miedo a ser mirado de verdad.

La peor perversión, no obstante, es la identificación del fin con el medio. Si entendemos como fin “relacionarse”, los medios – las redes sociales – se convierten en los fines en sí mismos. La finalidad ya no es “voy a hablar con fulano”, sino “voy a entrar en Facebook, a ver qué me ofrece”. Así pues, el medio ha fagocitado al fin y lo ha sustituido por la propia herramienta para conseguirlo. Algo así como si ponerse el preservativo bastase para el sexo. El sexo seguro es el fin, el preservativo el medio para conseguirlo. Pues bien, sería como calzarse el preservativo y esperar sentado a ver qué acontece. Rocambolesco, ¿verdad? Pues lo mismo sucede con las redes sociales: me siento, accedo y a ver qué sucede. Y encima con el condón en la chorra.

Llegados a este punto debo confesar que no tengo cuenta de Facebook. Pero no por las perversiones que he descrito ni siquiera por una cuestión de esnobismo, sino por pura pereza y unas gotitas de pudor. En cualquier caso, celebro que la gente lo disfrute, aunque con moderación. Un exceso puede provocar disfunciones sociales. 

4 comentarios

Guille -

Ya, bueno, en lugar de Pol Valero podría ser Pol Pot; y en lugar de José Montobbio, Josif Stalin. Tener un perfil de genocida seguro que atraería a mucha gente en Facebook. Pero sigue sin convencerme.

M. -

Pero podrías ser una folclórica, Tony Soprano, una caca, Pol Valero, José Montobbio... quien tú quieras... eso es una mina.

Guille -

Estoy más cerca de viajar a la luna o de escalar el Everest que de tener un perfil de Facebook. Para un misántropo reservado como yo Facebook es el abismo.

Carlos -

Deberías tener un perfil, daría risa seguro...