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lasnochesdeMcNulty

Intento de explicación de una pasión

Intento de explicación de una pasión

Explicar los orígenes de mi pasión por el Real Madrid, aun teniendo sentido, comportaría retrotraerme a una edad y a unos recuerdos que siendo ciertos podrían ser, del mismo modo, inexactos. Por eso voy a centrarme en detallar la forma de vivirla. 

Antes de nada debe quedar muy claro que no estoy hablando de forofismo, el cual, no obstante, también practico sin disimulo. Cuando hablo de mi pasión por el Real Madrid, me refiero también a la pasión por un deporte, el fútbol, que me encanta y me hace disfrutar como un enano; pero, sobre todo, hablo de un sentimiento irracional de plenitud, de felicidad, de ilusión...de puro éxtasis. El componente irracional lo convierte, sin duda, en algo muy excitante. Sin embargo, mi sentimiento va mucho más allá. Porque estoy plenamente convencido de que mi forma de vivirlo trasciende la del forofo arquetípico, a pesar de compartir con éste innumerables aspectos comunes al aficionado futbolero. ¿Y por qué este sentimiento "especial", propio de un tarado mesiánico? La respuesta es bien sencilla: el forofo común vive su pasión de forma compartida. Dispone de un montón de forofos de su equipo alrededor con los que comparte esa pasión. Yo, en cambio, he vivido esa pasión por el Real Madrid en soledad. No me voy a poner dramático diciendo que ha sido en la más absoluta soledad, pero sí en una soledad circunstacial sobrevenida. Ninguno de mis amigos o familiares cercanos son forofos futboleros. Así que he tenido que vivir esa pasión a solas. De tal modo que la he ido conformando poco a poco a mi gusto hasta convertirla en algo extraordinariamente personal y, precisamente por ello, inveterada y extravagante. Resultaría imposible entenderme sin considerar mi apasionada afición por el Real Madrid. Por extraño que resulte, pocas cosas me emocionan más que un partido importante de mi equipo. Porque, además, esa emoción trasciende los noventa minutos del partido. Surge muchos días antes y se prolonga otros muchos después. Esa soledad a la que aludía anteriormente ha desarrollado una curiosa sensibilidad cincelada temporada tras temporada, partido a partido, victoria tras victoria, gol a gol. Siento esa pasión en una frecuencia muy específica, que nadie más consigue sintonizar. Y lo cierto es que es desasosegante no hallar a nadie más en esa sintonía. Precisamente por ello, me encantaría que el pequeño Guille sintiese la misma pasión que yo por el Real Madrid. Utilizando una metáfora sexual de fácil entendimiento: llevo toda la vida masturbándome con el Real Madrid. Follar, por fin, sería la leche. Así que estoy intentando encauzar al enano por el recto camino, o sea, el blanco, a pesar de las dudas que le surgen en el colegio rodeado de infieles azulgranas. Compartir esa pasión con mi hijo sería cojonudo. Transmitirle mis recuerdos, mis filias y mis fobias al respecto recompensaría tantos años de soledad.

Esa forma tan personal de madridismo se revela claramente en mi imaginario santuario de ídolos. Exceptuando a Corbalán y a Zidane, el resto no han sido grandes jugadores del Madrid. Fernando Redondo fue un extraordinario centrocampista, pero no está entre los veinte mejores jugadores de la historia del club. Eso sí, nunca vi mayor cacique en un campo de fútbol. Dominaba el juego y a sus compañeros como un general de campo. Era Dios en el terreno de juego. Cuando Florentino, al ganar sus primeras elecciones, lo vendió al Milan me cagué en la reputa mil veces. Otro ejemplo es Fernando Morientes, un manual de delantero centro dentro del área. Otra víctima de Florentino, en este caso por traer al displicente Ronaldo. Por Santiago Hernán Solari siempre sentí devoción (le he dedicado un artículo en este mismo blog en "Dioses"), pero nunca desplegó unas cualidades futbolísticas fuera de lo común. Sencillamente lo adoraba por su forma de ser y su forma de honrar al Real Madrid. Hurgando aún más en el pasado, recuerdo cómo admiraba a Jankovic, un yugoslavo que jugó con la Quinta del Buitre y que, sorprendentemente, me encantaba. Lo siento, no sé explicar este caso. Me remito a lo irracional del sentimiento. Y el caso más rocambolesco: Gustavo Poyet. Un jugador que jamás jugó en el Madrid (militó varios años en el Zaragoza y, después, en el Chelsea), pero que siempre soñé con que fichásemos porque encarnaba a la perfección lo que representa para mí el Real Madrid: carácter, tesón, competitividad, llegada, gol, juego arrebatado, dos cojones como los del caballo de Espartero...pasión por el fútbol y la camiseta que defiende. 

Y, por último, están los noventa minutos y la forma de vivirlos. Con el paso de los años y la llegada de algunos títulos largamente esperados (la Séptima fue una verdadera liberación) he calmado mis nervios y, ahora, los reservo para partidos importantes. Eso sí, durante esos partidos cruciales por un campeonato o por la importancia del rival (solamente el Barça, no nos engañemos) sufro como un condenado. Cada acercamiento del rival es recibido con una enorme congoja, con los dientes apretados y todos mis músculos tensados, permaneciendo prácticamente inmóvil hasta que pasa el peligro y puedo resoplar tranquilo. Cuando la ocasión es del Madrid, ocurre algo parecido, aunque en este caso al menos a veces hay premio: el gol. Y, claro, entonces se produce el clímax. No es que grite gol de pura ilusión, que también, sino que yo mismo me convierto en un trasunto de ese jugador que acaba de conseguir el gol y alza sus brazos para celebrarlo. Realmente me siento muy cerca de ese jugador, plenamente identificado con él y con el equipo. Escucho el eco de mi grito y me produce una enorme satisfacción, aunque esté solo. De hecho, puedo estar rodeado de mucha gente, ya que es habitual ver los partidos importantes en compañía, pero me da igual. Me abstraigo totalmente y los vivo a solas, como en un extraño limbo interior en el que oigo voces y veo caras que escucho y reconozco, pero que no forman parte de mi particular mundo en esos momentos. En definitiva, entro en una especie de trance onírico al que nadie más acude ni del que nadie puede sacarme hasta que finaliza el encuentro. 

Con todo esto que acabo de explicar intento dar una perspectiva de cómo siento esta pasión madridista y cuán importante y especial es para mí. No son las confesiones de un fanático del fútbol. Son los sentimientos de un apasionado de la pasión que desata el fútbol y, en particular, mi equipo. 

1 comentario

Carlos -

¡Joder! Y aún me seguirás llamando friki...