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El elevado precio de los cereales

El elevado precio de los cereales

En los últimos años, el precio de los cereales ha sufrido tensiones al alza prolijamente analizadas por expertos económicos en el sector agrícola. El aumento demográfico en países emergentes, la creciente demanda de piensos para el ganado y la propia demanda de cereales para el consumo humano han provocado fuertes subidas de precio en la gran mayoría de cereales. 

Sin embargo, hay una causa oculta, apenas estudiada, pero sin duda fundamental, en este aumento exagerado de precio: su vanidad. Sí, sí, han leído bien: la vanidad de los cereales es la verdadera causa del aumento de su precio.

Los cereales son el alimento básico de los seres humanos (el pan y la cerveza son dos ejemplos irrebatibles) y de la gran mayoría de animales que nos comemos los humanos. Los cereales son, pues, la base de nuestra comida. Como lo es el agua de nuestra bebida. También bebemos ginebra y leche, aunque en menor medida, porque la primera nos provoca resaca y la segunda cada vez sabe menos a leche y más a agua.

Así pues, figurando el agua y los cereales en igualdad de importancia, estos envidian la vida de aquella. El ciclo de vida del agua es idílico, digno de una fábula campestre centroeuropea, con todo ese rollo del agua evaporada que forma esponjosas nubes que lloran gotas de agua que, posteriormente, se filtran por exuberantes valles hasta caudalosos ríos por los que viajan entre excitantes vaivenes para acabar en la boca de una sedienta rubia, que sudará esa gota acariciando su suave piel y vuelta a la nube para iniciar otro fascinante viaje una y otra vez.

Sin embargo, los cereales tienen una vida mucho menos glamourosa. Nacen bajo tierra, enterrados en la húmeda y hedionda oscuridad de tierras abonadas y sulfatadas. Brotan y maduran en el mismo lugar, bajo la misma canícula o el mismo frío helador. Cuando llegan a la madurez ni se mueven para follar, más allá de lo que les agite el viento, y encima disponen de muy poco tiempo. En seguida, terroríficas máquinas con centenares de cuchillas cercenan su plenitud para triturarlos y tratarlos hasta darles forma comestible. A continuación, llega lo más humillante: después de la digestión son cagados. Si son comidos por humanos, serán lanzados al laberinto de desagües, cloacas y depuradoras donde compartirán destino y asco con otros muchos restos igualmente repugnantes. Si son comidos por animales, serán cagados en medio de una enorme plasta y permanecerán al raso largo tiempo en ese sarcófago de mierda hasta que ésta se seque por completo y el cereal pueda volver a empezar el ciclo, para más escarnio en el mismo lugar donde fueron cagados. 

Por consiguiente, la autoestima de los cereales está por los suelos. Su ego hiede y sus complejos aumentan por doquier transgénico. Así pues, han decidido sindicarse y elevar su autoestima, que no es otra cosa que el precio que pagamos por ellos. Ese precio en el que una pequeña parte corresponde a la producción, otra más cuantiosa a la cadena interminable de intermediarios y la mayor a la vanidad de estos pequeños pero orgullosos cereales. 

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